El nuevo número de la revista
BCN Mes se distribuye desde hoy jueves por Barcelona. En la columna
"Bloomsday Menu" (p. 9) de este mes encontraréis mi breve artículo sobre la revista
Mongolia y cuatro recomendaciones literarias de ficciones cuyos autores, de un modo u otro, le perdieron el miedo a decir cómo están las cosas: Bruno Galindo (Lengua de Trapo), Rafael Pinedo (Salto de Página), Alberto Lema (Caballo de Troya) y Rafael Reig (Tusquets).
Para los que no estéis en Barcelona o no podáis acercaros a por vuestra revista en papel (15.000 ejemplares gratuitos disponibles en casi 500 locales de la ciudad y en las diferentes sedes de la UB), aquí debajo van los textos íntegros de mi columna, con enlaces a las fichas de los libros, y el JPG de la página. Pinchad en la imagen para aumentarla. También podéis leer la revista completa desde cualquier parte en
este enlace a ISSUU.
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CONTRA EL MIEDO
by Sergi Bellver
Woody Allen se preguntó un buen día
Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, y por fin nuestros gobiernos tienen la receta para controlar esa “infección”: miedo (Orwell) y soma (Huxley) en plena crisis. La actual desertización ética, económica y cultural de nuestra sociedad no impide, sin embargo, que pocos estén dispuestos a protestar de veras y con cabeza por la falta de agua.
Con demasiados escritores ocupados en entretener al pueblo, circunnavegar su ombligo o deslumbrar a sus colegas, resulta sintomático que haya verdaderas dificultades para encontrar un puñado de libros recientes que demuestren esa sed, como lo hacen a su manera las novelas de Javier Pérez Andújar o el ensayo
Carcelona, de Marc Caellas, sin panfletos políticos ni etiquetas, pero con la firme voluntad de decir que así, damas y caballeros, no vamos bien.
Bruno Galindo
| El público
Publicada por Lengua de Trapo, esta primera obra de ficción del periodista Bruno Galindo (1968) es una suerte de diario contemporáneo de bitácora de una generación sin rumbo, que ha perdido las cartas de navegación que le vendieron. Entonada en una primera persona del plural que recuerda al coro de
Lo real, de Gopegui, y escrita con una honestidad y una frescura a prueba de modas,
El público es una novela inteligente y literariamente ambiciosa, que mete el dedo en la llaga de una inminente liquidación de la clase media.
Rafael Pinedo
| Subte
Novela breve y contundente,
Subte es un puñetazo de originalidad. Junto a
Frío y
Plop, la editorial Salto de Página ha recuperado para el lector español la obra de Rafael Pinedo (1954-2006), uno de los autores argentinos más interesantes de las dos últimas décadas. La distopía de
Subte plantea, con una potente carga simbólica, una reflexión de plena actualidad: bajo presión el ser humano es capaz de mostrar su lado más salvaje, y vivimos un tiempo en el que nuestra cultura, tal y como la conocemos, parece a punto de colapsar.
Alberto Lema
| De la máquina
El sello Caballo de Troya viene traduciendo al castellano la narrativa del gallego Alberto Lema (1975), y su tercer libro,
De la máquina, es de los pocos en lo que llevamos de año que miran de frente a la problemática actual, aunque para ello Lema se sirva de una fábula política sobre una máquina subversiva. La voz de esta novela imaginativa y cabreada le devuelve al arte literario su faceta crítica con la realidad, es decir, su capacidad de cuestionar dicha realidad cuando tantos escritores parecen indecisos entre celebrarla y evadirse.
Rafael Reig
| Todo está perdonado
No se trata de la última novela de Rafael Reig (1963), quien ha publicado este mismo año
Lo que no está escrito, también en Tusquets, pero merece la pena rescatar en esta columna
Todo está perdonado (2011), no sólo el libro más logrado de Reig, sino una de las novelas que mejor ha retratado en los últimos años el fiasco de la Transición, junto a las de autores como Ignacio Martínez de Pisón o Javier Calvo, aunque con un registro que destaca por su viveza, ingenio y bendita mala leche.
Botella, alcaldesa de Ulán Bator
Y
Esperanza o Mas, reyes del desierto del Gobi, con un Mongovegas a las
afueras, aparcamiento para camellos, ludópatas de ojos oblicuos y putas
rusas. ¿Por qué no? Fantasear con una versión asiática de nuestros
esperpentos nacionales no los hace más exóticos, al contrario, pone de
relieve lo grotesco en nuestra esquina del mapa. Para reventar el tedio
general, o contra los desmanes del poder, el humor sirve siempre de
explosivo que, cuando utiliza como detonador la sátira corrosiva alcanza
una mayor onda expansiva. Los responsables de la revista
Mongolia
advirtieron desde el principio, sin embargo, que su delirante aventura
no contenía mensaje alguno, y es cierto. ¿Qué es lo que podría saltar
pues por los aires con semejante material entre manos? Ningún gobierno,
ningún político, ningún obispo, ningún banquero, que aquí sólo se dimite
por onanismo y lo de robar es una cosa muy seria, y es tan corto el
amor, y tan largo el de Olvido...
Pero Mongolia sí parece un método expeditivo para
demoler nuestra pesadumbre existencial, que falta nos hace y por algo se
empieza. Desde su primer número, la revista ha marcado un estilo
propio, en parte heredero de la mejor prensa satírica ibérica, como
La Codorniz, El Jueves o
El Papus (e internacional, como
Le Canard Enchaîné),
pero conectado con un público heterogéneo, tanto como el de esa
maravilla antropológica contemporánea del artista Cristóbal Fortúnez que
es la serie “Fauna Mongola” (ninguna relación con la revista). Un
público en el que abundan jóvenes modernillos instalados en el cinismo
como bote salvavidas, vamos a decirlo todo, pero también pensionistas y
gente progresista (especies en peligro de extinción). Un público, sobre
todo, con ganas de alegrarse las mañanas en la oficina, no
necesariamente politizado, sino precisamente harto del circo político,
de la izquierda, la derecha y los gañanes ambidiestros, y que elige el
humor para soportar el vendaval. Nada demasiado diferente a lo que
podemos ver a diario en las redes sociales cuando se viraliza un nuevo
chiste sobre la inoperancia de Rajoy, los planchazos del rey o las
perlas de Gallardón. Salvo por dos detalles: la audacia en la forma de
Mongolia
(el papel logra mayor impacto), su voluntad de hacer algo diferente y,
por el camino, pasárselo en grande. No engañan a nadie: presentaciones
multitudinarias, como en la Semana Negra de Gijón, conciertos, talleres
sobre la revista en facultades y muchas ganas de juerga. Por supuesto,
sus portadas y titulares bordean siempre el secuestro judicial (desde
“El rey podría violarte” a “¡Gallardón abortó!”) y en ocasiones son casi
tan sublimes como la primera página del diario
La Razón, esa universidad del humor involuntario (más terrible que el de las últimas películas de Julio Medem), pero
Mongolia
supone también un empeño admirable, con la que está cayendo, en sacar
adelante una publicación en papel y hacerla viable con una tirada ya de
40.000 ejemplares. Es decir, que se pasa la crisis por el arco de
triunfo de dos maneras: prefiriendo el humor al panfleto y creando un
medio de trabajo para periodistas y escritores que ya ha conseguido más
de mil suscriptores.
No,
Mongolia no tiene mensaje, pero entre chiste y gamberrada (en su último número no hay ni rastro del “Ecce mono”, por el bien de la
señá
Cecilia) se permite también meter el dedo en el ojo a muchos con sus
noticias reales, a menudo silenciadas por la prensa “seria”, como por
ejemplo en el artículo “Cebrián deja K.O. a El País”, en el que el
mandamás de Prisa quedó con el culo al aire ante la profesión. Los reyes
de
Mongolia no lo sienten, no se han equivocado y, si les dejan, volverá a ocurrir.