La luz es más antigua que el amor,
de Ricardo Menéndez Salmón (Seix Barral)

EL AMOR, EL ARTE
Y OTROS HIJOS DE LA LUZ

En un tiempo en el que los hijos parecen desconocer ya a los padres que debieran matar para reclamar su herencia, en el que los escritores a veces renuncian a una estirpe prodigiosa y se inventan extrañas mutaciones (tal vez condenadas al olvido por la durísima selección natural del lector), se agradece que, de vez en cuando, surja un creador que tenga claro el linaje del que decide beber y, a su debido tiempo, separarse. Ricardo Menéndez Salmón es, sobre todo, un lector curtido y atento, que apuntala su narrativa sobre la solidez de sus influencias, merecidas y al tiempo cuestionadas por el propio autor, que es lo que todo artista debiera hacer con la literatura que le alumbra desde el pasado: no renunciar a la trascendencia por las imposiciones del Mercado ni cejar en su compromiso literario ante la corriente general. En su nueva novela, La luz es más antigua que el amor, Menéndez Salmón asume un complejo árbol genealógico literario: en ella se encuentran desde la textura estética de Pierre Michon a la densidad ética de Thomas Mann. El autor asturiano moja su pincel en el avasallador caudal creativo de Faulkner o en ese disimulado arroyo de Coetzee que socava la piedra de las apariencias para pintar un cuadro literario tan nutrido de vida y al mismo tiempo tan desconcertante para algunos como los del artista Mark Rothko, motivo lumínico y referente térmico en la luz de esta novela.

Una primera mirada, basta y apresurada, puede calificarla como artefacto críptico para iniciados. Es verdad que hay códigos que pueden escapar a ciertas miradas, sin embargo, y del mismo modo que la obra de Rothko es mucho más implicada que abstracta, tanto más de entraña que de intelecto, La luz es más antigua que el amor compone un proverbial juego prismático en el que cada cara multiplica la mirada de los personajes, los pintores Adriano de Robertis, Vsévolod Semiasin y el propio Rothko, a través del hilo que el narrador Bocanegra anuda a cada acontecimiento relevante de su propia biografía. Pero en el corazón de vidrio de ese poliedro, en la raíz de los textos de esta novela, se encuentra una verdad ligera y asequible, una afirmación tan honda y sencilla como la que a todos los que el arte nos pone en jaque, y en especial el literario, nos declara antes hijos de la luz. “No en vano, ¿qué es pintar sino trasladar la ilusión de la tercera dimensión allí donde sólo existen dos?” (p. 51), escribe Salmón. ¿Y qué es la literatura, entonces, sino el verdadero oficio del aire y la luz, esa cualidad oral de la imaginación que nos traslada a un texto y nos arroja a una vida más intensa y verosímil que la propia vida, como si de un segundo paisaje del mundo se tratara?

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Publicado en la columna «These books are made for walking» de la revista BCN Week, número 91, noviembre de 2010. Ver en formato ISSUU (recomendado).