"La letra con Flaubert entra", artículo en la revista Tiempo
sobre talleres y escuelas de escritura

La letra con Flaubert entra

Sergi Bellver


Un buen artesano conoce su oficio, agradece un maestro y no cuestiona la necesidad del estudio para progresar con el buril, el pincel o el teclado. También Miguel Ángel Buonarotti entró a los doce años en un taller. Sin embargo, la escritura fue siempre país de musas. Era sacrílego explorarlo para trazar mapas. Pero si la inspiración ha de encontrar al artista trabajando, y si ningún artesano nace sabiendo, surge entonces la pregunta: ¿se puede aprender a escribir? Aunque la lectura (la clase magistral de Flaubert, Chéjov, Stevenson o Kafka) es la academia platónica de todo escritor, escribir admite ciertos recursos identificables y, por lo tanto, comunicables a cualquier alumno dispuesto, quien conseguirá ahorrarse tiempo y algún batacazo de principiante si ese traspaso viene de un experto y acontece además en un grupo que comparte inquietudes.

En los últimos años han proliferado en España los talleres y las escuelas de escritura, que insisten en una supuesta diferencia de matiz. «Los talleres conservan en gran medida el aliento de la libertad, del inconformismo, y son un espacio con una identidad propia, ajena a los reglamentos y la rigidez de lo académico», apunta Ángel Zapata, autor de manuales de referencia como La práctica del relato (Talleres Fuentetaja). Al fin y al cabo, se trata de conocer y dominar una serie de herramientas e imitar a los grandes para después desbastar un estilo y un discurso propios, pero estas enseñanzas no se reconocen en la universidad española. En Estados Unidos la realidad es otra. 2011 traerá el 75 aniversario del Iowa's Writing Workshop, donde impartieron Carver o Cheever. Los norteamericanos se lo toman en serio. Lo demuestra la implicación de sus universidades, que ha propiciado linajes incuestionables: Doctorow enseñó a Richard Ford en California o Stegner a Robert Stone en Stanford. En el ámbito hispano también nos adelantaron: Argentina ve los talleres literarios en los años 60 y México el de Arreola en 1951. Más tarde, Salvador Elizondo y otros comenzaron a dar clases en la UNAM (1967) y Monterroso tuvo alumnos como Juan Villoro.

Quizá por todo ello la pionera en España sea Clara Obligado, autora de origen argentino cuyo taller late desde hace tres décadas en Madrid, ciudad que acoge una intensa actividad docente. El de Enrique Páez contó desde 1993 entre sus alumnos con escritores que luego emprenderían su propia aventura: Javier Sagarna, director de la Escuela de Escritores, o Cristina Cerrada, profesora en los Talleres Fuentetaja. Su historia arranca en 1982 con un curso de escritura creativa en la entonces mítica librería Fuentetaja (ya sólo comparten «apellido»). En 1996 empezaron a volcar su experiencia en una editorial especializada en textos teóricos. Más centrada en la pedagogía que en lo colectivo, Escuela de Letras apareció en 1989, dirigida por Juan Carlos Suñén, quien remarca que «en absoluto se dedica a los talleres literarios». De aquella saldría Alejandro Gándara para fundar la Escuela Contemporánea de Humanidades, centro que pretende engendrar una suerte de universidad de la creación. Por otro lado, Hotel Kafka, al son de Eduardo Vilas, se ha convertido en un espacio ecléctico, cursos de escritura aparte, aunque sin la ambiciosa consigna de E+F, la propuesta de Espido Freire para la «culturización de las élites».

Ángel Zapata en Escuela de Escritores
© Antonio Tiedra
En este panorama de ofertas (todas ofrecen además cursos por Internet), tal vez una de las más equilibradas sea la de Escuela de Escritores (también en Burgos y Zaragoza). Su alumnado es heterogéneo y, como señala Javier Sagarna, orientan «tanto a quien se acerca a la escritura sin pretensiones como a quien está decidido a iniciar una carrera de fondo que quizá le lleve a la publicación». Escuela de Escritores es miembro de la Asociación Europea de Programas de Escritura Creativa, como otras escuelas «hermanas»: la Holden de Turín, dirigida por Alessandro Baricco, o la parisina Aleph Écriture, junto a redes universitarias del norte de Europa y a Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès, institución decana en Barcelona y modelo en la enseñanza de los oficios de la escritura y la edición. Sus directores, Pau Pérez y Jordi Muñoz, destacan la singularidad de su plataforma virtual y su elevado número de alumnos en los cursos presenciales (a la cabeza de Europa y sólo por debajo de la Gotham Writers School de Nueva York). Su plan de estudios marca un itinerario de tres años para diversas disciplinas literarias. También en Barcelona, Laboratorio de Escritura se define como «un espacio de encuentro literario que no da fórmulas, orientado a estimular la creatividad», según su responsable, Leonardo Valencia. Existe voluntad privada de darle empaque a la enseñanza de escritura creativa. Dos ejemplos: el Máster de Narrativa de Escuela de Escritores, en el que colaboran Eloy Tizón o profesores invitados como Vila-Matas, y el Máster en Creación Literaria de Escuela de Letras, a cargo de J. M. Guelbenzu y avalado por la Universidad Camilo José Cela. Sin embargo, todavía lo universitario es excepción: una, el Máster de Creación Literaria de la Pompeu Fabra.

¿Qué relación existe entre enseñanza y práctica profesional de la escritura? ¿Cómo la viven los autores que publican y, al tiempo, dan clases a miles de alumnos en toda España? ¿Qué expectativas serias de edición pueden albergar estos alumnos? «Los talleres literarios se han convertido en una razonable ocupación laboral para los escritores», como reconoce Jordi Carrión, autor de Los muertos (Mondadori) y docente en el Máster de la UPF y en Escola d'Escriptura, quien añade: «Lo que buscan los alumnos es, sobre todo, orientación y sentimiento de comunidad», algo en lo que coincide Fernando Clemot, de Laboratorio de Escritura. El autor de Estancos del Chiado (Premio Setenil) cree que «un taller literario tendría que ser un lugar donde poder definir tu experiencia, enfatizarla y darle una salida formal». Sólo el trabajo llega donde el talento no alcanza. Juan Carlos Márquez, profesor de relato (Escuela de Escritores) que acaba de publicar Llenad la Tierra (Menoscuarto), anima «a afrontar la escritura con ciertas garantías siempre que uno se esfuerce y tenga algo que decir». Cualquier alumno aprenderá, antes que a escribir, a desarrollar su criterio y «a leer mejor», como dice Víctor García Antón, cuentista de culto con Nosotros, todos nosotros (Gens), quien cree «necesario descubrir y cuestionar el discurso dominante asumido y, al mismo tiempo, despertar ese imaginario propio e irreverente que cada alumno trae consigo». Porque la mirada del escritor no es transferible y, una vez conocidas las reglas, el artista y el maestro están obligados a cuestionarlas, como sugiere Ángel Zapata: «la tarea pendiente, ahora mismo, es abrir nuestras experiencias y métodos al cultivo de la sensibilidad, la imaginación y todas las potencias de ruptura que son inseparables del hecho creativo». Quizá tenga razón quien dice que de un aula sólo sale un escritor si ya entró en ella como tal, pero a la vista de la nómina de antiguos alumnos de escuelas y talleres de escritura que están publicando con éxito (Nuria Labari, Guillermo Aguirre, Patricia Esteban Erlés o Paula Lapido), queda claro que el trabajo y el aprendizaje nunca caen en saco roto. Incluso para el genio Miguel Ángel.

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Publicado en la revista Tiempo el viernes, 7 de enero de 2011.