La huida a caballo hacia lo profundo de la ciudad,
de Bernard-Marie Koltès (Alfabia),
en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia

Cuatro jinetes a la fuga

La muerte es a veces el mejor agente literario de un autor, en especial si se lo lleva pronto y pone a trabajar su ausencia a favor del mito. Pero la temprana desaparición de Bernard-Marie Koltès no vino tanto a proyectar su imagen como a interrumpir una carrera que, de haber crecido con los años, podría de veras equipararse hoy en día a la de dramaturgos como Samuel Beckett. Ambos fallecieron en París y en 1989, pero mientras el sombrío y genial irlandés tuvo tiempo de construir una extensa obra, Koltès sucumbió con apenas 41 años a la enfermedad que en aquellos tiempos devastaba con virulencia las vidas de tantos artistas. Sin embargo, muchas de sus piezas teatrales siguen teniendo una vigencia innegable, desde la simbólica diatriba contra la soberbia de nuestra civilización occidental que es Combate de negros y perros (1979) a la póstuma y terriblemente contemporánea Roberto Zucco (1988), que bien parece sacada de cualquier serie norteamericana reciente con serial killer.

La editorial Alfabia publica por primera vez en castellano La huida a caballo hacia lo profundo de la ciudad, la única novela de Koltès, escrita (1976) después de un viaje a la URSS y en un momento vital convulso, entre una tentativa de suicidio y un proceso de desintoxicación de las drogas. Ocho años más tarde, Les Éditions du Minuit, el sello que editó todo su teatro, publicó esta deriva inquietante y al tiempo luminosa en la que las hermanas Barba y Félice, junto a dos muchachos, Cassius y el árabe Chabanne, se sumergen bajo la piel enferma de la ciudad, un Estrasburgo dibujado por una suerte de Eurípides alucinado. En la crónica de ese descenso desde la soledad existencial de quien vive en el margen al abismo coral del exceso y la violencia, montados los personajes sobre los caballos desbocados y hermosamente crueles de la juventud y de la heroína, todo lo que en manos de Kerouac o Borroughs hubiera sido postura estética, se convierte a través de la mirada de Koltès en pálpito y entraña. Su escritura compulsiva, a veces imperfecta en detalles formales pero siempre encendida (Bernard-Marie no ha cumplido los 29 años cuando la escribe), no puede ni pretende evitar que asome el potencial dramático de un texto que bebe del cine, del monólogo, de la poesía y, sobre todo, de la travesía vital del propio Koltès.

Con todo, La huida a caballo... no es exactamente una novela sobre la juventud y la droga, ni mucho menos una oda a la sordidez y la desesperación de cuatro enfants terribles, sino un texto esencialmente veloz, insolente y alterado, en el que la vida no se cuenta sino que se hace o sucede, en especial gracias a la relación tan íntima y desprejuiciada que Koltès establece con el lenguaje. Deudor de Shakespeare o Proust, pero también buscador inquieto y parcialmente heredero de los relatos de Salinger o del absurdo beckettiano, Koltès se propuso siempre huir de toda certeza y buscar la revelación del plan de fuga de un mundo que a menudo sintió como presidio y cerco a la libertad del hombre. Contagió una rara conciencia a sus personajes, una noción híbrida entre la futilidad de la existencia y lo inaplazable que resulta exprimirla con intensidad. En cierto modo, como ocurre en parte con el teatro y los cuentos de Chéjov, en la obra de Koltès el narrador no toma partido y la vida se abre paso a través de una aparente y nimia tristeza, bruma que pronto se disipa en los textos del viajero de Metz ante la rabia con la que parecen desear huir hacia adelante, si fuera preciso, sus personajes. También los cuatro protagonistas de esta novela, indolentes pero impacientes, participan de la fascinación hambrienta y febril de su autor por lo no convencional, y no hay tópicos en el texto que desbaraten su verdad, sino una vibrante profusión de escenas que van de un nihilismo salvaje a una mágica locura, de lo onírico a lo real, con toda la dureza con la que lo real existe e insiste, con toda la luz con la que la insumisión y el afán de libertad prevalecen en el corazón humano.

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Crítica publicada en el n.º 454
del suplemento Cultura/s del diario La Vanguardia
el miércoles, 2 de marzo de 2011.