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UN
MUNDO MÁS FEO
by
Sergi Bellver
SIN PATRICK LEIGH FERMOR
Para recordar quiénes somos en este tiempo de avatares y Google Earth, conviene realizar un ejercicio de lentitud y renuncia, regresar al camino y mezclarse de nuevo con la gente. Los libros del carismático Patrick Leigh Fermor (1915-2011), representante de un singular linaje de viajeros británicos, propician esa vuelta a la velocidad real de las cosas. Su escritura aguda y poética, rigurosa con la palabra y sensible a la vida a su alrededor, convierte a Fermor, además de en un excelente autor de literatura de viajes, en el cronista de una Europa que el siglo XX fulminó. Poco antes de la Segunda Guerra Mundial, el joven Patrick realizó un extraordinario e íntimo viaje a pie hacia la actual Estambul. Con los años, el autor lograría el equilibrio entre profundidad y detalle, y su peculiar biografía, llena de aventuras (algunas dignas del mejor cine bélico) y casi centenaria, quedaría para siempre ligada a un lugar totémico en su trayectoria, Grecia, con obras como Mani (1958) y Roumeli (1966), editadas por Acantilado y que en estos días tumultuosos nos recuerdan un país que fue el crisol de la condición humana. Pero, sin duda, las dos obras por las que Fermor merecerá siempre burlar al olvido son El tiempo de los regalos (1977) y Entre los bosques y el agua (1986), reunidas por la editorial RBA en un volumen que narra e interpreta aquel viaje de juventud a través de una Europa legendaria, contemplada por la mirada de quien se sabe testigo de un mundo perdido.
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El tiempo de los regalos ● Patrick Leigh Fermor ● RBA
SIN FÉLIX ROMEO
Hay corazones que, de tan sedientos e inquietos, apuran la vida de un trago. El del novelista, poeta, ensayista y traductor aragonés Félix Romeo (1968-2011) se detuvo hace pocos meses en Madrid, demasiado pronto, dejando uno de esos vacíos delatores, por toda la ola de afecto y respeto que en los días siguientes recorrió la escena literaria española. Y es que hay despedidas que nos dejan en evidencia, porque pocos como Romeo supieron conjugar, en un mundo a veces tan resbaladizo como el de nuestras letras, generosidad, sentido crítico, honestidad y talento. Director del añorado programa cultural La Mandrágora, insumiso al servicio militar cuando salía bastante caro ser fiel a unos principios (ante la calaña de los personajes que se libran a diario de la cárcel, parece una broma de muy mal gusto pensar en alguien como Romeo entre rejas) y autor de novelas como Dibujos animados o Discothèque, Félix Romeo merece ser recordado por su talla humana y, en lo literario, por su desbordante curiosidad, su contundente sabiduría y, sobre todo, por una pieza tan hermosa, genuina y doliente como Amarillo (2008), escrita a partir del suicidio de su amigo Chusé Izuel en Barcelona. Esta tercera novela de Romeo (Mondadori acaba de publicar su libro póstumo, Noche de los enamorados) es algo más que una elegía. Por las páginas de Amarillo, al tiempo que el autor intenta comprender la marcha del amigo, se sostiene un bello adagio, un canto a la escritura como necesidad que, mientras indaga en la muerte, contagia al lector de vida.
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Amarillo ● Félix Romeo ● Plot
© Joanna Helander Wielkopolski Słownik Pisarek |
En los últimos meses nos han dejado autores como Jorge Semprún, Ernesto Sábato, la surrealista Leonora Carrington, el polémico Christopher Hitchens o los ya referidos en esta columna, Patrick Leigh Fermor y Félix Romeo. Precisamente el autor de Amarillo viajó en su día a Cracovia para visitar a la poeta Wisława Szymborska, la Nobel polaca de Literatura fallecida el pasado 1 de febrero. El resultado más obvio fue la entrañable y magnífica entrevista publicada en el suplemento cultural ABCD, sin embargo, no deja de llamar la atención el encuentro entre dos autores que supieron hacer permeable vida y obra, pues tanto en la narrativa más o menos autobiográfica de Romeo como en la poesía de Szymborska la pulsión vitalista y la irreductible vindicación de la belleza son presencias constantes, así como cierta temperatura de todo lo escrito con verdad y oficio. Al concebir el nexo de unión entre los contenidos de esta columna y el tema del mes en nuestra revista, uno no puede pasar por alto las recientes desapariciones de artistas como Félix Romeo y Wisława Szymborska, que dejan el mundo algo más huérfano y gris, un poco más feo y sucio. Y no sólo el literario, donde ya se siente su pérdida, sino el mundo con todos esos rincones suyos donde siempre se agradece una mirada franca, lúcida y sensible (pero sin la coartada del sentimentalismo) sobre las cosas.
Wisława Szymborska proyectaba un magnetismo especial, regio, irónico y sencillo al mismo tiempo, y esa calidad personal calaba en su poesía, uno de los legados más importantes que reciben las letras europeas contemporáneas y, por fortuna, accesible al lector en español gracias a una buena labor editorial y a las excelentes traducciones que la obra de Szymborska ha recibido en castellano, como, entre otras muchas, la de Abel Murcia y Gerardo Beltrán del poemario Aquí (Bartleby), la que realizaron Ana María Moix y Jerzy Wojciech Slawomirski de Paisaje con grano de arena (Lumen) o la que firmó Manel Bellmunt de los textos de Lecturas no obligatorias, publicados por Alfabia, editorial barcelonesa a la que la muerte de Szymborska ha sorprendido en plena preparación de un nuevo volumen de prosas de la poeta que aparecerá en primavera.
Cierto sentido del humor eslavo ante la tragedia se destila en la Nobel polaca como en pocos autores, logrando una poética a la vez profunda y despierta, cercana, casi cotidiana, pero sin dejar de ser radiante, sin pompa ni truco, con el peso específico e incontestable con el que cae la vida sobre los hombres, pero también con la prodigiosa capacidad del ser humano para encontrar belleza entre los escombros del desastre. Szymborska, a quien le tocó vivir tiempos difíciles, sufrir el rodillo de la Segunda Guerra Mundial y quedar después al peor lado del Telón de Acero, no dejó nunca de creer, de manera adulta y sin edulcorantes, en la bondad del corazón humano. Quizá por ello nos deja la clase de poesía que salva y cura, precisamente porque no persigue el milagro ni el dogma, sino que trabaja con material de primera mano, reconocible en nuestros bolsillos o en cada pequeño detalle que nos define. Una poesía que, sin avasallar, deslumbra, y de la que, sin recorrer lugares comunes ni activar los resortes más manidos en la poesía contemporánea, podemos identificar el rastro de nuestras propias vidas, de nuestro primer amor, de nuestras miserias, de nuestro extrañamiento, cada vez que la poeta polaca nos hace temblar o, este sí, milagro entre los poetas, sonreír.