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Esto no es una lista: mis catorce del 2013

[Entrada actualizada a 22.12.2013]

Prometí por ahí no elaborar ninguna lista de los mejores libros del año, pero publico esta entrada por tres motivos: porque es muy sano llevarse la contraria, porque esto tiene más de mosaico de recomendaciones de lectura que de ránking y, sobre todo, porque no me convencen la mayoría de listas con los mejores libros del año que aparecen en los medios, a veces sesgadas, casi siempre incompletas y de vez en cuando interesadas. Y, para colmo, sin apoyar demasiado a la literatura contemporánea en español, que todavía parece que tiene que andar asomando el hocico entre montañas de traducciones de vivos y muertos cuya calidad literaria no siempre justifica su omnipresencia editorial. De modo que prescindo de anglosajones, ilustres cadáveres y otras hierbas, paso de largo por los géneros literarios que no domino como crítico y me centro en libros de narrativa de autores españoles y latinoamericanos publicados por editoriales españolas a lo largo del 2013.

No sé si son los mejores porque no he podido ni he querido leerme todas las novedades de este año y algunas de las más recientes no las he terminado aún, como los cuentos de Bulevar, de Javier Sáez de Ibarra (Páginas de Espuma), o ni siquiera me ha dado tiempo a catarlas, como la esperada novela Autopsia, de Miguel Serrano Larraz (Candaya), a la que le tengo muchas ganas. Pero estos trece catorce libros [*] de narrativa, que después de los dos libros del año para mí, los de Eloy Tizón y Rafael Chirbes, ordeno alfabéticamente, sí son los que más me han convencido y conmovido este 2013, por lo que puedo garantizarle a los lectores que en todas y cada una de estas novelas y colecciones de relatos encontrarán buena literatura. Historias, ideas, imágenes y frases que permanecerán en su memoria con el tiempo. Y eso es lo que cuenta cuando miramos hacia atrás y hacemos un balance, que seguiremos hablando de estos libros en el futuro.




 
Técnicas de iluminación, de Eloy Tizón (Páginas de Espuma).
En la orilla, de Rafael Chirbes (Anagrama).

Intemperie, de Jesús Carrasco (Seix Barral).
Intento de escapada, de Miguel Ángel Hernández (Anagrama).
La experiencia dramática, de Sergio Chejfec (Candaya).
La hora violeta, de Sergio del Molino (Mondadori).
La mala luz, de Carlos Castán (Destino).
La sed de sal, de Gonzalo Hidalgo Bayal (Tusquets).
Las reputaciones, de Juan Gabriel Vásquez (Alfaguara).
Leche, de Marina Perezagua (Libros del Lince).
Por si se va la luz, de Lara Moreno (Lumen).
Shakespeare y la ballena blanca, de Jon Bilbao (Tusquets).
Tiempo de encierro, de Doménico Chiappe (Lengua de Trapo).
Una manada de ñus, de Juan Bonilla (Pre-Textos).

[* ayer, con las prisas, me dejé uno porque pensé que era de finales de 2012]

BCN Mes, número 22


Nuevo número de la revista BCN Mes, nueva (aunque recupere viejas ideas de mi cuaderno) columna en "Bloomsday Menu" y tres nuevas recomendaciones literarias. La revista completa, como siempre, disponible en ISSUU o, en papel, en casi 500 locales de la ciudad y en todas las sedes de la UB.



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LEER BIEN

by Sergi Bellver

Tras haber ejercido como librero el pasado Sant Jordi, resuenan en mi cabeza ideas que me habitan desde hace años en torno a lo literario, y en especial sobre la lectura. Siguen vigentes cuando pienso en la responsabilidad del lector consigo mismo. Y en la de escritores, editores, teóricos, críticos, docentes y libreros con los lectores. Seguir la curva violenta que resulta de combinar la vertical del “éxito” (de lo que la mayoría adocenada acepta como tal) y la breve horizontal de la inmediatez sólo sirve a los mediocres y a los interesados, pero sobre todo condiciona a los que no poseen la libertad de pensar por sí mismos. Creen tomar la elección, pero el albedrío está secuestrado, sutilmente domesticado por la estrategia del líder, que conoce perfectamente los resortes que debe pulsar para fabricar esa ilusión de libertad en la masa. 
El arte se pudre en un sistema de esclusas, no está hecho para ser contenido por el mecanicismo ideológico del hombre. El arte brota de la otra veta de la naturaleza humana, la más genuina, la única capaz de moldear hombres nuevos. El arte se desborda, inunda y anega lo preconcebido, se filtra y aguarda en las cavidades del mundo, para volver a fluir mañana. El arte (el literario ahora) no necesita ser cifrado en generaciones, sólo sucede cuando decodifica el gen único de la insatisfacción humana, que es atemporal. 
Leer bien, por tanto, no es el acto pasivo de un receptor, sino el ejercicio activo de asimilación de un intérprete. Un estado de atención del que nacerá otro nuevo. Leer es una actividad en la que también cabe el aprendizaje y que el aire de los años suele curtir y mejorar, pero, como el mismo acto creativo de la escritura, es sobre todo una cuestión de mirada. En literatura, de cada autor sólo queda el trabajo tras de sí, aquello de su escritura que tiene la facultad de recobrar vida en manos del otro. Y esa conexión sucede en singular, sin colectivos, sin generaciones, sin intermediarios. Hay literatura en un texto o no la hay. Todo lo demás es paja, Mercado y bisutería. “Filosofía no es una teoría, sino una actividad”, dijo Wittgenstein, tantas veces mal citado. Podríamos entonces afirmar lo mismo de la lectura, que no tiene por qué ser mucha, ni desde luego pasiva, sino buena, consciente y atenta para ser de veras libre.

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