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Avispero n.º 13: Mujeres

Desde hace dos semanas circula ya por Oaxaca y otros puntos de México la edición en papel del decimotercer número de la revista Avispero, dedicado en esta ocasión a la obra, el pensamiento y el legado de numerosas mujeres de letras. Desde mediados de 2009, el filósofo y narrador Leonardo Da Jandra y la pintora Agar Arteaga mantienen, con la colaboración de un amplio colectivo de jóvenes y de varios autores mexicanos, esta iniciativa a favor de la cultura, el pensamiento y el debate, hecha desde Oaxaca y para todo el mundo hispano.

De nuevo y por mi parte, he participado en tareas de coordinación y redacción, reclutando en esta ocasión a siete firmas invitadas, una chilena, una argentina, dos mexicanas y tres españolas, todas mujeres: la narradora Alia Trabucco Zerán («Annemarie Schwarzenbach, extranjera»); la escritora Verónica Nieto («Angela Carter, Cynthia Ozick y el Manifiesto cíborg»); la editora y traductora Raquel Vicedo («Vivian Gornick, la mujer en busca de sentido»); la profesora universitaria Andrea Palaudarias («Simone Weil no pensó en comer»); la columnista y escritora Emma Riverola («Rodoreda y nuestro horror particular»); la poeta Ina Olvera («La mirada que habita el tiempo») y la escritora Alana Gómez Gray («La lectura de best sellers en México»). Además, he publicado también el artículo «Maestras de la narrativa», en el que hago un somero y humilde repaso a muchos años de lecturas que le debo a docenas de grandes escritoras.

Podéis leer de forma gratuita los contenidos de la revista en línea, artículo por artículo en la página de AvisperoEn breve se publicará también el PDF completo en formato ISSUU, para que podáis ver la maqueta original o descargar el archivo. Recordad que están disponibles los números anteriores en formato digital y en ISSUU, y que puede seguirse el día a día de las actividades del colectivo en Facebook y Twitter. Si os parecen contenidos útiles o interesantes, no dudéis en difundirlos por las redes y entre vuestros contactos.

Avispero n.º 12: Migración

Ya ha salido de imprenta en México el nuevo número de la revista Avispero. Como explicamos en su editorial, dedicamos esta entrega al tema de la migración, un asunto al que nos hemos acercado desde diversos puntos de vista. Como siempre, el filósofo y narrador Leonardo Da Jandra y la pintora Agar Arteaga sostienen este singular empeño por difundir la cultura en y desde Oaxaca. Una tarea a la que se suman el equipo habitual de jóvenes colaboradores de la revista, varias firmas mexicanas y otros autores hispanoamericanos. Las potentes ilustraciones de este duodécimo número son obra del artista mexicano Daniel Lezama.

Por mi parte, en esta ocasión agradezco la colaboración de cinco firmas invitadas: Claudia Salazar Jiménez, Ariadna Castellarnau y Tomás Sánchez Bellocchio hablan de su experiencia como escritores emigrados en, respectivamente, los artículos «Escribir en Nueva York», «De la naturaleza del inmigrante» y «Vivir y escribir afuera»; Martín Lombardo traza un posible panorama de autores hispanoamericanos en otro lugar con su texto «Fantasmas del emigrado», y David Aliaga escribe el breve pero trabajado ensayo «Paul Celan: lengua y territorio». Además de mis labores usuales de edición y coordinación junto al gran Alejandro R. Beteta, publico también dos contenidos: «La brava ambición», una crítica del último libro de cuentos de Antonio Ortuño, La vaga ambición (Páginas de Espuma, 2017), y «Cuaderno de dunas», una selección de los primeros seis meses de mis diarios.

Podéis leer la revista en línea, artículo por artículo en la página de Avispero, consultar o descargar su PDF completo o también cada archivo aparte por cada texto. Más adelante actualizaremos otros enlaces para facilitaros la lectura. Recordad que están disponibles los números anteriores en nuestro sitio digital y en nuestra cuenta en ISSUU, y que puede seguirse el día a día de nuestras actividades en Facebook y Twitter. Si os parece interesante o útil nuestro trabajo, os agradeceremos toda difusión en las redes y entre vuestros contactos.

«El cuento español del siglo XXI» en Avispero

Cuatro variables deberían definir la escritura de un artículo como éste: conocimiento, motivación, destinatario y contexto. Empezando por el final, ésta no es una publicación académica pero sí tiene voluntad de rigor y divulgación, de modo que no conviene tomar el asunto a la ligera. El destinatario natural de esta revista es el lector mexicano, aunque pueda leerse en varios formatos en América Latina y en España. Con eso en mente, la motivación de mi texto es la difusión de ciertas obras allá donde no llegan normalmente y, con humildad, pero sin modestia, tras casi una década dedicado al cuento en varias tareas y aunque sólo fuera por los centenares de libros de relatos leídos ―y tantas lagunas, aún así―, creo que puedo compartir aquí mi conocimiento sobre el tema. Pensemos, sin embargo, en una conversación distendida de lector a lector ―de hecho, no muy distinta a las que tuve a menudo con otros colegas escritores y editores durante los seis meses que residí en México―, aunque falten ahora el mezcal y ciertas maldades. Y a partir de ahí trataré de responder a una doble pregunta tan imaginaria como plausible y concreta desde el otro lado de la mesa: ¿qué se ha hecho últimamente en el cuento en España que valga de veras la pena y qué deberíamos leer aquí para saberlo?

Y mi primera consideración tiene que ver con una paradoja que señalo en cuanto me dejan: será que los libros flotan mal, porque resulta casi imposible que crucen el Atlántico, al menos en dirección a América Latina. Paseando por las librerías de la Ciudad de México, Guadalajara o Puebla, me resultaba prácticamente imposible encontrar un solo libro de algún narrador español actual, salvo las cuatro vacas sagradas de siempre. Me cuentan que sucede lo mismo en Bogotá, Buenos Aires, Lima o Santiago de Chile. No hay, pues, verdadera circulación ni trasvase de propuestas entre las dos orillas de nuestro idioma, y la literatura en español permanece estabulada en cada taifa, salvo por los autores latinoamericanos que los grandes grupos editoriales españoles deciden premiar para intentar ampliar su mercado, o los que, gota a gota, calan en un tejido editorial independiente algo más permeable al intercambio literario. La situación se agrava en el campo del relato. En resumen: los mejores libros de cuentos que se han publicado en España en lo que llevamos de este siglo apenas han tenido difusión en México y el resto de América Latina.

El compadre golpea la mesa con el vaso desde el otro lado del idioma e insiste: ¿qué deberíamos leer pues? Tomo aire y le cuento una pequeña historia, de dónde viene el asunto y cómo hemos llegado hasta aquí. El siglo XX dejó algunas vías abiertas en el cuento español, desde el legado de autores como Ignacio Aldecoa, Ana María Matute y muchos otros, hasta el trabajo de maestros que siguieron en la brecha al cambiar de centuria, como Medardo Fraile, Juan Eduardo Zúñiga, Cristina Fernández Cubas, Ramiro Pinilla o Javier Tomeo. La década de los 90 se despidió con los deslumbrantes inicios de carreras literarias ahora consolidadas. Pienso en Eloy Tizón y su proverbial Velocidad de los jardines (1992); en El que apaga la luz (1994), de Juan Bonilla; en El aburrimiento, Lester (1996), del genial Hipólito G. Navarro; en el bello Frío de vivir (1997), de Carlos Castán; o en los primeros libros de relatos de Quim Monzó, autor en catalán cuyas traducciones al castellano influyeron a varias hornadas de nuevos cuentistas. De todos modos, el cuento español comenzó el siglo XXI como había malvivido en el anterior, siendo el hermano pobre de la novela para editores, medios, crítica y público. Nada que ver con el respeto que se le tiene al género en América Latina o el mundo anglosajón, donde también, toca admitirlo, han surgido cuentistas de mayor talla y proyección universal. Tal vez por la efervescencia en su día de los blogs literarios españoles dedicados al cuento, que tuvo su punto álgido entre 2006 y 2009 ―y entre los que destacó El síndrome Chéjov de Miguel Ángel Muñoz―, quizá por algunos premios literarios dedicados al género, como el Ribera del Duero o el Setenil, y desde luego por la aparición, el riesgo y la consolidación de varios sellos independientes que le prestaron especial atención al relato breve en su catálogo, la sensación recurrente de “mala salud de hierro” fue poco a poco dando paso a la que hoy parece una situación más o menos saneada, como mínimo desde un punto de vista editorial: mejores o peores, lo cierto es que hoy se publican muchos libros de cuentos en España y ya no hay lugar para la queja solemne, salvo por el desdén mediático y la pobre recepción general de la crítica.

Ni siquiera en una panorámica tan breve y somera como la de este artículo, inevitablemente subjetivo, ni desde luego tampoco en esa conversación imaginaria de cantina con mi compadre, estaría justificado hablar del cuento español de este siglo sin mencionar la labor de algunas de esas editoriales independientes. La más señera es, desde luego, Páginas de Espuma, volcada casi en exclusiva y de forma militante en el cuento. También Menoscuarto lleva a cabo una tarea sostenida y encomiable, y otros sellos como el prolífico Salto de Página, la rigurosa Pre-Textos, los cazatalentos de Tropo, la valiente Candaya o la incombustible Ediciones del Viento, entre otros, han publicado a algunos de los autores españoles que hoy en día son referencia ineludible en el cuento español. No sería justo, sin embargo, desdeñar aquí a los grandes sellos editoriales, pues entre su vorágine comercial también han apostado por excelentes cuentistas, como es el caso de Fernando Aramburu o la ya mencionada Cristina Fernández Cubas en Tusquets; Ignacio Martínez de Pisón o Adolfo García Ortega en Seix Barral; o Felipe Benítez Reyes y Pedro Zarraluki en Destino, por citar sólo unos pocos. Además de la sólida construcción de esos otros catálogos independientes en torno al cuento, merece la pena detenerse en dos antologías de ambición canónica aparecidas en 2010: Pequeñas resistencias 5, que Andrés Neuman elaboró para Páginas de Espuma, y Siglo XXI, a cargo de Fernando Valls y Gemma Pellicer en Menoscuarto. Uno quitaría y añadiría nombres aquí y allá, pero el lector latinoamericano que sienta curiosidad por el cuento español podría empezar a seguir el rastro de la presa por esas dos pistas. Y entre esas huellas se encuentra sin duda la aportación de muchos autores nacidos en América Latina pero que han armado su carrera editorial en España y, con ello, han construido también el cuento español: el propio Andrés Neuman, Clara Obligado, Eduardo Halfon o Fernando Iwasaki son sólo algunos ejemplos.

Mi compadre se impacienta, apura el mezcal invisible y me increpa: “ya, ya con la charla, pero, ¿qué libros?”, y me pide libros chingones que tendrían que cruzar el charco. Trato de organizar la lista de algún modo para que tenga pies y cabeza, pero también para que nadie corte la mía por olvidarme de demasiados títulos. De manera que, a grandes rasgos, pienso en tres posibles grupos: los narradores natos, los innovadores y los bichos raros. Es por esa voluntad de estilo por donde alcanzo a recordar algo entre tantos libros, y no por temas, escuelas ni paisajes. El gran cuentista José María Merino amonestó en cierta ocasión la “deslocalización” de las historias y los espacios en el cuento español, pero no me parece buena ni mala, sino sólo un síntoma más de nuestro tiempo y una decantación natural de décadas de lecturas cosmopolitas. Lo que en un cuento cuenta de veras es, en todo caso y para quien esto escribe, el fogonazo que ilumina un espacio secreto, el destilado de lo real en el alambique de la ficción o el trazado de una vía tangente. Innovadores, narradores puros o bichos raros, el cuento español es diverso, inclasificable e irregular, pero creo que hay al menos una decena de cuentistas españoles cuya obra va a permanecer viva en las siguientes décadas de este siglo, y en eso se resume todo al final en literatura: en lo que olvidamos pronto y lo que pervive de algún modo en cada acto íntimo de lectura.

Recomendaría a mi impaciente compadre y a cualquier lector latinoamericano que comenzara leyendo a Matute, Fraile, Tomeo, Zúñiga o Cubas, pero si pudiera facturar en una maleta veinte kilos de libros para que se hiciera una idea atinada del cuento español del siglo XXI, empezaría sin dudarlo por Hipólito G. Navarro, bicho raro y luminoso como El pez volador (2008). Si de luz hablamos, añadiría enseguida Técnicas de iluminación (2013), de Eloy Tizón, el libro de relatos ―en― español más inspirado de los últimos años. Me arriesgaría en la aduana con la eterna búsqueda de Javier Sáez de Ibarra en Mirar al agua (2009) y el material inflamable de La vida ausente (2006), de Ángel Zapata. Para compensar, incluiría a tres narradores puros, como Gonzalo Calcedo, Jon Bilbao y Óscar Esquivias, pero dudaría qué título elegir de cada uno, aunque creo que me decidiría, respectivamente, por La carga de la brigada ligera (2004), Como una historia de terror (2008) y Pampanitos verdes (2010). En una esquina, bien protegidos, colocaría Museo de la soledad (2000), de Carlos Castán; Los peces de la amargura (2006), de Fernando Aramburu; Leche (2013), de Marina Perezagua; y Ocho centímetros (2015), de Nuria Barrios. Y en la otra, para combatir el dolor, pondría analgésicos del tipo El camino de la oruga (2003), de Javier Mije; Llenad la Tierra (2010), de Juan Carlos Márquez; El mundo de los Cabezas Vacías (2011), de Pedro Ugarte; Una manada de ñus (2013), de Juan Bonilla; Mientras nieva sobre el mar (2014), de Pablo Andrés Escapa; y Hombres felices (2016), de Felipe R. Navarro. No me dejaría unos cuantos libros brillantes sin los que cojearía la maleta, como El hombre que inventó Manhattan (2004), de Ray Loriga; Bar de anarquistas (2005), de José María Conget; Gritar (2007), de Ricardo Menéndez Salmón; Estancos del Chiado (2009), de Fernando Clemot; No es fácil ser verde (2009), de Sara Mesa; Antes de las jirafas (2011), de Matías Candeira; La piel de los extraños (2012), de Ignacio Ferrando; y El Claustro Rojo (2014), de Juan Vico. Para romperle la cabeza a quien pretendiera requisarlos, cubriría el conjunto con Alto voltaje (2004), de Germán Sierra; El malestar al alcance de todos (2004), de Mercedes Cebrián; Breve teoría del viaje y el desierto (2011), de Cristian Crusat; y Los ensimismados (2011), de Paul Viejo. De contrabando irían algunas sustancias extrañas y adictivas como El deseo de ser alguien en la vida (2007), de Fernando Cañero; Nosotros, todos nosotros (2008), de Víctor García Antón; Órbita (2009), de Miguel Serrano Larraz; Los monos insomnes (2013), de José Óscar López; y Extinciones (2014), de Alfonso Fernández Burgos. Creo que la maleta ya reventaría a estas alturas, pero para que mi interlocutor imaginario no se quedara con las ganas buscaría hueco y le daría una oportunidad a alguno de los primeros libros de relatos de jóvenes como Aixa De la Cruz, Mariana Torres, Juan Gómez Bárcena, David Aliaga, Raquel Vázquez o Almudena Sánchez. Estoy seguro de que la compañía aérea me hará pagar por exceso de equipaje, y de que camino del aeropuerto olvidaré algún buen libro, como acabo de hacer ahora. Habrá sido el mezcal de mi compadre.

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Artículo publicado en el n.º 11 de la revista mexicana Avispero,
octubre de 2016, p. 31. También disponible en línea.

Avispero n.º 11: España y México

Detalle de la portada. Grabado de Iván Gardea.
Desde hace unas semanas circula en México el nuevo número de la revista Avispero, dedicado en esta ocasión a los puentes culturales entre España y México y a sus literaturas. Bajo la batuta del filósofo y narrador Leonardo Da Jandra y de la pintora Agar Arteaga, al equipo habitual de jóvenes colaboradores de la revista en Oaxaca se han unido en esta ocasión otras firmas mexicanas y varios colaboradores españoles invitados, con lo que Avispero se refirma como una publicación singular en el ámbito hispano en su labor de difusión de la literatura, el arte y el pensamiento en nuestro idioma.

En este número he trabajado mano a mano con el oaxaqueño Alejandro Beteta en la edición de la revista y he coordinado las firmas que han escrito desde y sobre España: Josep Maria Nadal Suau, Raúl Quinto y yo mismo aventuramos una panorámica de, respectivamente, la novela, la poesía y el cuento en la España de lo que llevamos de siglo XXI; Bárbara Pérez de Espinosa Barrio repasa la narrativa española reciente publicada por mujeres; Miguel Barrero dibuja un retrato literario de Antonio Muñoz Molina; Santiago García Tirado comenta las posibles tendencias en la novela española a cuento de Mario Cuenca Sandoval; Ramón Rozas sigue los pasos de Valle-Inclán en México; Antonio Rivero Taravillo hace lo propio con Luis Cernuda y otros autores, y Alfonso Fernández Burgos escribe sobre Camilo José Cela a propósito de su centenario. Además, Álvaro Baquero-Pecino habla de literatura española actual en Estados Unidos y Guillermo de la Mora evoca la figura de Pío Baroja.

Del lado mexicano podemos encontrar artículos, columnas y ensayos a cargo de Eduardo Antonio Parra, Helena Beristaín, Úrsula Fuentesberain, Éricka Santíes, Luis Bugarini, Alejandro Baca, Hiram Barrios, Guillermo Lara Villarreal, J.M. Lecumberri, Diego Merino Hernández Lazarín, Andrés Cota Hiriart y Pablo Raphael. También dos cuentos de Lucero García y Ángel Aristarco —en castellano y en zapoteco—; reseñas a los recientes ensayos de Jacobo Siruela y Arthur Zajonc; y sendas entrevistas de Slaymen Bonilla y Alejandro Beteta a los filósofos Mauricio Beuchot y José María Filgueiras Nodar. Los grabados que ilustran este número son obra del artista Iván Gardea, del que Ángel Morales elabora una semblanza que cierra la revista.

Una vez más, queda en manos de los lectores hispanoamericanos conocer y valorar nuestro trabajo, y, si lo consideran oportuno, difundir nuestra labor. Podrán encontrar la edición en papel en diferentes bibliotecas y centros culturales de México, a los que seguirá llegando la revista desde Oaxaca, como también en futuras presentaciones en otras ciudades del país, tras las que ya tuvieron lugar en la capital oaxaqueña y en la Feria Internacional del Libro del Zócalo de la Ciudad de México.

Y desde ahora mismo y en cualquier parte del mundo, puede leerse el PDF de Avispero en línea, gracias al enlace interactivo que cierra esta entrada. Continúan disponibles los números anteriores en nuestro sitio digital y en nuestra cuenta en ISSUU, y puede seguirse el día a día de nuestras actividades en Facebook y Twitter.

Avispero n.º 10: Latinoamérica

Acaba de salir de imprenta en México el nuevo número de la revista Avispero, auspiciada por el filósofo y narrador Leonardo Da Jandra y la pintora Agar Arteaga. Una vez más, el equipo de jóvenes talentos que saca adelante la revista ha hecho un gran trabajo, confirmando a Avispero como una publicación de calidad que difunde desde Oaxaca y para todo el ámbito hispano la literatura, el arte y el pensamiento en nuestro idioma. Un empeño que cobra más sentido si cabe con el tema central de nuestro décimo número: las literaturas de América Latina.

En esta ocasión he tenido el honor de firmar el editorial de la revista, dedicado al potencial cultural latinoamericano, así como de invitar a seis escritores de primer orden que colaboran en este número desde diversos países: el uruguayo Ramiro Sanchiz escribe un artículo en profundidad sobre Mario Levrero; Javier Payeras hace recuento de la poesía guatemalteca; Miguel Antonio Chávez traza una panorámica del cuento contemporáneo en Ecuador y el paraguayo Juan Ramírez Biedermann hace lo propio con la narrativa de su país. Para ampliar la perspectiva, Santiago Vaquera-Vásquez reflexiona desde el sudoeste de Estados Unidos sobre literatura chicana y Marta Aponte Alsina escribe sobre la narrativa reciente de Puerto Rico.

Además de los artículos de los dos editores de facto de la revista, los oaxaqueños Alejandro Beteta y Guillermo Santos, que escriben respectivamente sobre el escritor colombo-mexicano Fernando Vallejo y sobre el ilustrador de esta entrega, Jan Hendrix, podemos encontrar un buen número de artículos interesantes, sobre figuras como Haroldo Conti, Rubem Fonseca, Felisberto Hernández, Julio Ramón Ribeyro, Clarice Lispector, José María Arguedas o Jesús Gardea, y a cargo de firmas como el chileno Carlos Labbé o los mexicanos Pergentino José Ruiz y Javier García-Galiano, entre otras muchas, además de un cuento de Pablo Soler Frost.

De nuevo, le corresponde ahora a los lectores conocer y valorar nuestro trabajo, leer los artículos, reseñas y semblanzas, y, si lo consideran oportuno, difundir nuestra labor. Podrán encontrar la edición en papel en diferentes bibliotecas y centros culturales de México, a los que irá llegando poco a poco la revista desde Oaxaca, como también en futuras presentaciones en otras ciudades del país. La primera será en la capital oaxaqueña el próximo viernes, día 2 de octubre, y tendrá lugar a las 19 horas en el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, sede habitual de nuestros talleres.

Y a partir de este mismo momento y desde cualquier parte del mundo, ya pueden leer el PDF de Avispero en línea (en breve estará disponible su versión web, texto por texto), gracias al enlace interactivo que cierra esta entrada. Más de doscientas páginas de lectura a su disposición. Les invito también, si lo desean, a revisar números anteriores en nuestro sitio digital y a seguirnos en nuestra página en Facebook y nuestra cuenta en Twitter.

"Arrabal, ventrílocuo del pánico" en Culturamas



La blasfemia de los grandes espíritus agrada más a Dios
que la plegaria interesada del hombre vulgar.
F. A.

Fernando Arrabal decidió nacer en Melilla para poder admirar a su padre y hoy es una instalación de su circunstancia. Pero no un provocador ―ni siquiera con su presencia menuda, siempre a punto de elevarse en alas de su pajarita―, porque la provocación es un infantilismo aleatorio y Arrabal está enfermo de exactitud y ciencia. En el hotel Le Meurice de París, Fernando Arrabal se encontró una vez con el divino Salvador Dalí, que fue huésped de la suite 102 ―la que en su día ocupó Alfonso XIII― cada mes de diciembre durante treinta años. Arrabal, que dirigía entonces una representación teatral, dejó a sus cinco actrices «lesbianas maoístas y revolucionarias» encadenadas para visitar a Dalí. Al genio catalán, como al de Melilla, quienes no le conocieron del todo le llamaron también provocador, como si apenas fuera otra cosa. Sin embargo, también él era un gran amante de la ciencia, al igual que Arrabal, preocupado por la problemática del azar. En 1985, Salvador Dalí convocó a los más reputados científicos del momento en su Teatro-Museo de Figueras. Matemáticos, físicos y filósofos llegaron desde todo el mundo al ombligo del Ampurdán para dibujar y calcular sus respuestas. Arte, pensamiento y ciencia unidos en un congreso bajo el nombre «Proceso al azar». Al hilo de esta cuestión, en la presentación de 2010 en Barcelona de la película Regression, de Joan Frank Charansonnet, Fernando Arrabal se expresó en estos términos:
«La provocación es un acto cretino, autodestructor, y no puedo imaginar a una persona del talento de Dalí, de Beckett, de Duchamp, de matemáticos como Mandelbrot, o de Louise Bourgeois, haciendo este acto cretino que es la provocación. No podemos ser provocadores porque sabemos que la provocación no se puede programar. Hemos jugado siempre, hemos estado siempre apasionados por ese gran problema que es la confusión, que es el azar. ¿Qué pasa con la indeterminación? ¿Qué pasa con lo que dice Kurt Gödel? ¿Cómo podemos combatir la confusión? ¿Cómo podemos prever la indeterminación? Hemos intentado dar soluciones imaginarias. Nada de locura. La imaginación nos ha interesado siempre, como la memoria. Y es que la imaginación es el arte de combinar recuerdos. Y tengo la suerte y la desgracia de haber estado siempre con esos primeros avatares de la modernidad, que se han consagrado a la ciencia. Y hemos intentado dar soluciones imaginarias a la ciencia, pues no tenemos otras. El pánico no es una locura. La patafísica no es una locura.»
El arrabalismo va a llegar. Y no habrá entonces quien sujete la mesa de los biempensantes. Que venza. Que venza la mesa y todo se venga abajo. Que gane Fernando Arrabal esta partida de ajedrez en la que es al tiempo peón mineral, pez soluble y artista a pie de obra, alfil de ideas que seccionan en diagonal la pesadez de las cosas, torre de marfil herida por el rayo y diestro de rinocerontes. Rey de vastos territorios, caballo verde del tiempo y reina por un día. Dramaturgo, cineasta y poeta. Cabeza parlante del siglo XX que todo ha visto y no todo cuenta, superviviente de Dadá y avatar pánico. Perfecto desconocido, niño-faro asombrado de sí mismo, viajero atónito del siglo XXI, desempleado superdotado, aparejador pictórico y ensayista enterrador de maquinarias. Bufón doctorado en todas partes menos en Harvard, escritor nómada y homeless en la casa de putas de las letras.

Arrabal arrobado en sí mismo y a la vez dueño de su renuncia a ser el sastre de emperadores a quienes retrata y prefiere desnudos. Arrabal como reencarnación de un mandarín milenario. Locomotora a escala con retrovisores y en vía circular. Armador de bosques para el naufragio. Reactor nuclear portátil infectado de curiosidad, buscador nato, eléctrico, imparable como la febril acometida de la nueva China. Arrabal, Lao Tsé en Times Square escuchando jazz con su iPod, marcador intelectual en un itinerario GPS por París, estrella fulgurante de Youtube. Ajedrecista generoso y genesíaco, genio arrogante, pensador arriesgado, creador arrabalero, potencia de las negras que se defiende como el maldito Bobby Fischer en sus mejores horas y le da la vuelta a todo. A todo. Como a un guante, Arrabal le da la vuelta a las cosas y lo formal salta entonces por los aires, y de nuevo el hecho artístico o la broma inaudita suceden, y el ventrílocuo y su criatura se convierten en las manos de Escher, perseguidoras siamesas del mismo trazo en el que el diálogo se confunde y alimenta.

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Para seguir trenzando la espiral de ese diálogo y para celebrar el ochenta cumpleaños del genio, el editor del sello aragonés Libros del Innombrable, Raúl Herrero ―que ya había publicado del dramaturgo numerosos textos, como la novela La matarife en el invernadero, el drama El cementario de los automóviles o el Diccionario pánico, sobre el grupo que Arrabal creó junto a Jodorowsky y Topor―, le dedicó a finales del pasado verano el libro colectivo Arrabal 80, un voluminoso monográfico de tributo al melillense que recoge textos de autores como Kundera, Houellebecq, Ionesco o Beckett, junto a la participación de numerosos artistas, escritores, críticos, académicos e intelectuales españoles. En esta obra se reúnen artículos, estudios, poemas, piezas dramáticas, entrevistas ―al autor y a su esposa― y textos inclasificables en homenaje a Fernando Arrabal, muchos de ellos inéditos, además de un cuaderno interior con reproducciones de diversas obras de arte dedicadas al autor, cuatro de sus obras de teatro completas y el artículo por el que Arrabal recibió el premio Mariano de Cavia en 1998. En definitiva, un trabajo exhaustivo, multidisciplinar y poliédrico con el que Libros del Innombrable pone al alcance tanto de neófitos como de expertos la dimensión de la obra y de la figura de Fernando Arrabal, en torno a las que el checo Kundera escribió:
«Arrabal no se parece a nadie y el grado de su singularidad alcanza el límite de lo concebible. Él es el último superviviente de lo que yo llamaría surrealismo hispanocéntrico, surgido de una muy vieja locura barroca, surrealismo cervantino, sombrío y cruel, surrealismo ritual empapado de liturgia que se presenta en él bajo una decena de rostros.»

Publicado en Culturamas el 2 de febrero de 2013.

Sobre Ray Bradbury en La Vanguardia


Hoy he publicado en el diario La Vanguardia una breve y personal semblanza en recuerdo del escritor Ray Bradbury, que falleció a los 91 años ayer, día 6 de junio, en Los Ángeles. La premura con la que tuve que escribir el texto y, sobre todo, la dictadura del espacio en un medio impreso, han provocado que dejara en el tintero demasiadas cosas, pero sirva este otro minúsculo grano de arena marciana para unirme al homenaje que en todo el mundo rendimos desde ayer a Bradbury quienes hemos disfrutado con sus relatos y novelas y hemos admirado siempre su pasión por los libros, su contagioso entusiasmo y su amor por la vida. Tal vez ahora, desde el asteroide 9766, que lleva su nombre, se asome a otros horizontes para emocionarse e idear una nueva historia. Donde quiera que esté, lo que es seguro es que le hizo caso definitivamente a Mr. Eléctrico, porque gracias a su literatura Ray Bradbury va a vivir para siempre entre nosotros.
Foto: AP/Steve Castillo

¡Vive para siempre!

“Era el niño más grande que he conocido”, dijo ayer el nieto de Ray Bradbury. Un niño que empezó a leer cómics y cuentos de hadas, se enamoró del cine fantástico, soñó con ser actor, se apasionó por los dinosaurios y se descubrió a sí mismo en las bibliotecas. Ray, autodidacta, veía entre los libros a gente como él en cada espejo escrito por Dickens, Poe o Verne. A los doce años, en Arizona, y antes de mudarse a California, acudió a un espectáculo de feria en el que un tal Mr. Eléctrico le exhortó “¡Vive para siempre!”. El adolescente, perplejo, escribió al día siguiente en una máquina de juguete su primera historia (y casi veinte años más tarde, en 1951, los relatos de El hombre ilustrado). Desde entonces, Ray Bradbury nunca dejó de escribir, aunque fuera al dictado después de que su salud se quebrara en 1999.

Bradbury fue uno de los más grandes autores de fantasía y ciencia ficción, un verdadero creador de mundos, pero sus narraciones no dejan de revelarnos las luces y sombras de la condición humana. Esa misma honestidad que de joven leyó en su admirado Steinbeck y en Las uvas de la ira, y que le inspiró sus Crónicas marcianas (1950), se mezclaba con un lirismo que otro de sus autores más queridos, Huxley, resaltó al llamarle poeta. Guionista de la Moby Dick de John Huston, el niño Bradbury veía a la gran ballena como otro de sus dinosaurios. El adolescente Bradbury supo cómo los nazis quemaban libros y de esa impresión nació un relato, “The fireman” (1951), que más tarde se convertiría en la obra que le consagró como autor, Farenheit 451 (1953). La temperatura a la que ardió Ray Bradbury forjó a un ser humano inquieto, excitado por cada nueva idea y, hasta el final, ocupado en amar las cosas que hacía y en hacer las cosas que amaba. “Somos copas que se llenan constante, silenciosamente. El truco consiste en saber volcarse para que la belleza se derrame”, escribió.
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Publicado en el diario La Vanguardia el jueves, 7 de junio de 2012.

Higashino y literatura japonesa en la revista Tiempo


Higashino y la devoción



Sergi Bellver
Existe una voz japonesa, aware, que expresa la emoción ante la impermanencia o la fugacidad de las cosas hermosas. Muy propia de la cosmogonía nipona, esa conmoción por la fragilidad y la caducidad de la Belleza, como ante la flor del cerezo, lleva, lejos del lamento, a una experiencia intensa y consciente del momento presente. Tal vez eso explique la extraña sintonía que, más allá del tópico y de la impresión de cierta esquizofrenia social que ―desde nuestro prisma― creemos percibir en el vertiginoso Japón actual, consigue armonizar tradición y cambio en aquella cultura. Esa doble huella se halla íntimamente impresa en los japoneses, tan fieles a su naturaleza como pendientes del resto del mundo, en especial de Occidente. El escritor japonés Keigo Higashino explora, sin embargo, los riesgos y las grietas de esa dualidad en La devoción del sospechoso X, la novela que acaba de publicar Ediciones B y con la que puede leerse por primera vez a este autor en español. Novela que tiene tanto de crónica del Japón actual ―lugares y modos del Tokio más genuino impregnan el ambiente en todo el texto, contemporáneo pero fuertemente arraigado al espacio que dibuja― como de retrato de una realidad que trasciende fronteras, a través de una historia que puede conectar con un lector de cualquier parte del globo, ya que explora un registro universal: la pulsión de nuestra parte más sombría, innata a todo ser humano y que puede llevarnos de la devoción al crimen o de la rutina al abismo. Resulta curiosa la coincidencia de aquella voz nipona, aware, con otra expresión en inglés, to be aware, es decir, “estar alerta” o “permanecer atento”, a la hora de pensar en esa doble mirada de la cultura japonesa hacia sí misma y hacia el exterior, apegada a la lentitud y a su liturgia y al mismo tiempo arrobada en la velocidad y la innovación. Una mirada que no siempre halla reflejo de nuestro lado, ya que a menudo filtramos todo lo que llega del archipiélago con el cedazo de nuestra idea preconcebida de Japón, una inercia que libros como el de Higashino puede ayudar a romper.

La devoción del sospechoso X retrata la esencia del Tokio de hoy, pero esta novela negra explora también la parte más oscura de la condición humana, la que puede arrastrarnos de la obsesión al crimen.


Sin llegar a encriptar del todo su existencia ni provocar esa suerte de subgénero literario que lleva a muchos lectores y a otros autores a perseguir el rastro de escritores tan esquivos como Thomas Pynchon o tan ermitaños como lo fue durante buena parte de su vida Jerome David Salinger, Higashino mantiene cierta distancia con lo público, ya que apenas concede entrevistas y no se deja fotografiar fácilmente. Celoso de su espacio y de su privacidad, algo escéptico en cuanto al mercado editorial e interesado en pasar desapercibido por las calles de Tokio, como cualquier otro ciudadano de mediana edad ―tarea cada vez más compleja, pues en su país La devoción del sospechoso X ha ganado el importante Premio Naoki, sus libros se venden ya por millones y originan versiones cinematográficas; Google, además, siempre está dispuesto a señalar un rostro con el dedo de cualquier lector impaciente―, Higashino, sin embargo, se revela en su literatura como un detonador capaz de hacer saltar por los aires el tedio y, con la onda expansiva, derribar de paso unos cuantos prejuicios en torno a la novela negra en general y a la literatura japonesa contemporánea en particular.

Hábil ingeniero a la hora de diseñar el mecanismo de su novela y el perfil ―psicológico― de cada una de sus piezas, Higashino consigue un perfecto artefacto de relojería cuyo final deslumbra al explotar.

El autor de La devoción del sospechoso X es sobre todo un creador de tramas, un tejedor de ideas alejado de la deriva lírica de otros escritores japoneses de éxito en Occidente ―de éxito comercial, cuando menos―, como, sin ir más lejos, Haruki Murakami, ubicuo en las librerías españolas con 1Q84 (Tusquets). La ambición literaria de Higashino, antiguo ingeniero automovilístico convertido con el tiempo en escritor, tiene más que ver con la activación de resortes mentales en el lector y el desarrollo psicológico de sus personajes que con el mecanismo de recompensa emocional instalado en otro público afín a un tipo distinto de historias más, digamos, predecibles. Tal vez por ello, el género negro suponía la elección más inteligente para este autor, con toda la estrechez de esa etiqueta para un libro como La devoción del sospechoso X, crónica de un crimen anunciado y de un reto científico y policial que ya ha arrasado en las listas de ventas de países como Estados Unidos y el Reino Unido, donde la prensa ―The Times, en concreto― no ha tardado en comparar a Higashino con Stieg Larsson. El símil no parece gratuito pues ambos autores comparten bastantes más cosas que la novela negra como marco, el crimen como pretexto y la saga como formato: La devoción del sospechoso X pertenece a Dr. Galileo, serie de novelas protagonizada por Yukawa Manabu, un profesor excéntrico que se sirve de inusuales análisis científicos para desentrañar misterios criminales. La saga ya ha sido objeto en Japón de una serie de televisión y llegó en 2008 a las salas de cine. No obstante, Higashino no pierde el norte en su motivación a la hora de escribir: “Quiero que la gente lea mi trabajo y llegue a entender cómo piensan, aman y odian los japoneses”, dice en una de sus escasas entrevistas.

La flor del cerezo
La publicación de La devoción del sospechoso X y el eco que puede tener la novela en España parece una excusa ideal para revisar la presencia de la mejor literatura japonesa moderna y contemporánea en nuestras librerías. Para el lector español la de Japón es, del siglo XX hasta aquí, una cultura audiovisual y tecnológica: desde el gran cine de Kurosawa o el de Imamura a iconos de la serie B como Godzilla; de la explosión del manga y el anime con joyas como Akira o El viaje de Chihiro a sagas del videojuego como Final Fantasy, tradición e innovación recorren esos distintos acentos de un mismo lenguaje narrativo. La sociedad japonesa, en especial la urbana, resulta a menudo alienante para este prisma nuestro con el que la observamos: el vértigo de su desarrollo tecnológico y la imagen de eficiencia de los japoneses ―y sus insólitas huelgas― contrasta con fenómenos cada vez más frecuentes como los desempleados sin hogar o los hikikomori ―jóvenes recluidos en casa por voluntad propia― o la venta de ropa interior femenina usada y de revistas sobre menores en ropa interior y actitud provocativa ―publicaciones perfectamente legales―. Los hijos adolescentes de esos mismos japoneses que llegan a España armados con su sonrisa aséptica y su infatigable cámara de fotos, leen por millones novelas compartidas por mensajes en sus móviles de última generación. Pero del mismo modo que esos japoneses creen reconocer algo de su propia esencia en el sentido de la entrega y del honor que interpretan en el flamenco o en las corridas de toros, un español puede acercarse a su literatura con esa misma atención y descubrir que la alienación puede no ser tanta. Menos violenta que la de Richard Chamberlain en la serie Shogun; no tan tópica como la de Michael Douglas en Black Rain (Ridley Scott), y sí contemporánea y abismada como la de Lost in translation (Sofia Coppola), donde todos éramos un poco Bill Murray.

Decir literatura japonesa en España es pensar en los haikus de Basho, los cuentos de Akutagawa, la maravillosa literatura de Kawabata y la de su discípulo, el irrepetible Mishima. El Nobel Kenzaburo Oe, los textos de Tanizaki y best sellers como el mencionado Murakami, o Nakamura, probablemente sean las primeras referencias en la memoria del lector. Pero en los últimos años varias editoriales ―y alguna de manera exclusiva y excelente, como el sello Satori, íntegramente dedicado a la cultura nipona― están recuperando grandes obras de la literatura japonesa de los siglos XX y XXI, desde peces raros en su propio país como el excepcional Shusaku Endo, que ahonda en el pasado más oscuro del Japón moderno con El mar y veneno, a autores contemporáneos como el prodigioso Yasutaka Tsutsui. No hace tanto que Fukushima nos ha recordado a todos la impermanencia de las cosas, lo que nos invita a buscar una experiencia más intensa y consciente. Como la flor del cerezo, toda belleza es efímera, pero al menos la de la mejor literatura japonesa promete el aware, esa conmoción, una devoción sospechosa de atrapar al lector.

Una geisha y siete samuráis

El cielo es azul, la tierra blanca, de Hiromi Kawakami (Acantilado). Conmovedora, sutil y hermosa historia de amor, alejada del tópico y con una memorable protagonista femenina.

Namiko, de Tokutomi Roka (Satori). Todo un clásico de la literatura japonesa, con la misma intención moral de Anna Karénina o Madame Bovary, recuperado ahora por Satori.

Paprika, de Yasutaka Tsutsui (Atalanta). El japonés más original e imaginativo entre sus contemporáneos, tanto en esta onírica novela como en sus relatos, también publicados por Atalanta.

Botchan, de Natsume Sōseki (Impedimenta). Tal vez el primer pequeño gran éxito de un autor japonés entre las nuevas editoriales independientes. Una novela maravillosa.

Indigno de ser humano, de Osamu Dazai (Sajalin). Obra magna que combina tintes autobiográficos con una historia desgarradora. Uno de los pilares de la literatura japonesa moderna.

Kinshu. Tapiz de otoño, de Teru Miyamoto (Alfabia). Prodigio narrativo con el que Miyamoto demuestra su sabiduría al asomarse a las contradicciones de la condición humana.

Kanikosen, de Takiji Kobayashi (Ático de los Libros). Junto a Endo, el otro descubrimiento japonés de este sello, una historia de absoluta vigencia que ya va por su tercera edición.

Idéntico al ser humano, de Kobo Abe (Candaya). Irónica, profunda e inteligente, la escritura de Abe resiste la reiterada comparación con la de Franz Kafka.

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Versión íntegra y con algunos contenidos añadidos al artículo publicado en la sección de Cultura del n.º 1.525 de la revista Tiempo el viernes, 14 de octubre de 2011.

BCN Mes, número 4

Número de octubre, 15.000 ejemplares gratuitos en casi 500 locales de toda la ciudad y en las diferentes sedes de la Universidad de Barcelona y versión web (BCN Mes). En esta ocasión podréis encontrar, en la sección "Writers based in Barna" (página 3), una entrevista (en catalán) al escritor Borja Bagunyà, autor del libro de relatos Plantes d'interior (Empúries). Y en la página 21, la columna Bloomsday Menu, este mes dedicada a la literatura y el viaje con las reseñas a los libros Rusia imaginada, VV. AA. (Nevsky Prospects), y Guía de Mongolia, de Svetislav Basara (Minúscula), junto a un texto sobre el nuevo libro de Jordi Esteva, Socotra. La isla de los genios, publicado por la editorial Atalanta. En la página 22, además, un anuncio de la antología Doppelgänger. Ocho relatos sobre el doble + bonus track (Jekyll & Jill). Podéis consultar o descargar el PDF de la revista completa o la página que os interese en el siguiente enlace.

Narrativa rusa contemporánea en la revista Tiempo

Letras y muñecas rusas

En este año de España y Rusia, al lector le llegan el inmenso retablo narrativo del periodo soviético y las promesas literarias del enorme país. Hay más que Tólstoi y Dostoievski.

El caudal de la literatura rusa es tan vasto como esa geografía excesiva que parece una ficción más de sus novelistas. Decir Rusia es evocar una saga, nombrar un pilar de la literatura universal. Todavía hoy los grandes popes de la narrativa decimonónica rusa bendicen a generaciones de lectores. Inabarcable como el paisaje de la estepa, la obra de Tólstoi, Dostoievski, Gógol, Chéjov, Gorki, Turguénev y demás vástagos literarios del padre Pushkin no conoce fecha de caducidad. Con todo, durante el siglo XX, quizá el más dramático en la historia rusa, la literatura escrita desde y contra el régimen de la URSS ha producido también algunos títulos memorables que ahora llegan a los lectores españoles. La mordaza comunista empujó a demasiados autores al exilio, físico o interior, y en esa brecha los mejores escritores rusos supieron cultivar una narrativa de primer orden. Dejaron el listón muy alto para los nuevos creadores de un país que, tras la caída de la mole soviética, ha sufrido como ningún otro el colapso hacia el capitalismo salvaje. Este 2011 es, además, el Año de España y Rusia, lo que sellaría la evidente explosión de aquella literatura en nuestras librerías. Aunque en este punto toca ser críticos con la gestión oficial del evento, especialmente en lo literario, y darle el mérito sólo al esfuerzo de las editoriales, por no hablar de los molinos de viento contra los que se sigue estrellando la promoción de la literatura española en el extranjero –incluso en Rusia– ante una oportunidad como esta.

Ígor Savéliev, Alisa Ganíeva y Alekséi Lukiánov. Foto: © Ferrán Mateo

La perestroika no trajo necesariamente la bonanza, sino más bien un bache tras el que la generación nacida en los 70 apenas dejó huella literaria. En la vertiginosa Rusia actual la literatura pierde peso frente a los mismos placebos que anestesian la creatividad y el sentido crítico en Occidente, como la televisión, veladamente al servicio del Gobierno ruso, que ya no practica una censura directa pero sí efectiva. Las tiradas son discretas en las editoriales rusas (moscovitas sobre todo, en un sistema todavía centralista) y también allí, como en España, la literatura de consumo prima frente a la creación artística. Tal vez eso motive que pocos autores actuales consigan ser traducidos en otros países. Por fortuna, iniciativas como la de la fundación Projórov, precursora desde el año 2000 del premio literario Debut, permiten que el lector español conozca la narrativa de los rusos más jóvenes (desvinculados de la era soviética y desencantados de Putin pero herederos de la tradición literaria anterior) gracias a la antología El segundo círculo (editorial La Otra Orilla), que reúne a seis autores entre los que figuran el carismático herrero Alekséi Lukiánov o la prometedora Alisa Ganíeva, quien desde su Daguestán natal explora las huellas que en esta generación han dejado conflictos como la guerra de Chechenia.

La reciente explosión editorial de lo ruso en España se ha apoyado en la revisión de los clásicos (casi siempre aprovechando efemérides, como con Chéjov o Tólstoi); en el rescate de sus coetáneos menos conocidos (con títulos como La señal, de Vsévolod Garshin, en Contraseña) y, en menor medida, aunque importante, en la publicación de buena cantidad de obras escritas durante la etapa soviética. El lector español tiene ahora más a mano las obras de Andréi Bieli, Yevgueni Zamiatin, Vasili Grossman, Isaak Bábel o Vasili Aksiónov. Acantilado, editorial de referencia en narrativa rusa (junto a la joven Nevsky Prospects o la veterana Alba), también ha publicado a autores posteriores, como Alexéi Varlámov. Otros escritores todavía merecen una mejor difusión, como el magnífico Sergéi Dovlátov y el descendiente de españoles Rubén Gallego. Algunos autores españoles, precisamente, miran también a Rusia a la hora de escribir: desde el gran Manuel Chaves Nogales y su peculiar visión del 1917, El maestro Juan Martínez que estaba allí (Libros del Asteroide), a la antología ficticia Cuentos rusos, de Francesc Serés (Mondadori) o a La conjetura de Perelman, la delirante novela del joven Juan Soto Ivars que publicará en otoño Ediciones B.

ONCE MATRIOSKAS 

Vida y destino, de Vasili Grossman (Galaxia Gutenberg). Obra magna e inicio del boom ruso en España, traducida por Marta Rebón, quien renovó el Doctor Zhivago de Pasternak y prepara otro titán: Iliá Erenburg.

El Don apacible, de Mijail Sholojov (RBA). Monumental cuarteto sobre el pueblo cosaco, la revolución, la guerra y el amor, por un autor prosoviético, antítesis de Bulgákov y El maestro y Margarita.

Relatos de Kolimá, de Varlam Shalámov (Minúscula). Recién publicada la cuarta entrega de esta serie, par de Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn y traducida por Ricardo San Vicente, otro responsable de este auge de la literatura rusa.

Una saga moscovita, de Vasili Aksiónov (La Otra Orilla). Obra clave en las letras rusas del s. XX y retrato familiar, alegoría de la convulsa Rusia contemporánea. De nuevo, traduce Rebón.

Notas en los puños, de Mijaíl Bulgákov (Alfabia). Uno de los más interesantes rescates en la obra de Bulgákov, junto a otros como Corazón de perro o los cuentos de Salmo.

Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina, de Liudmila Petrushévskaia (Atalanta). Los maravillosos cuentos de esta escritora fantástica moscovita.

El lunes empieza el sábado, de los hermanos Strugatski (Nevsky Prospects). Un título sorprendente de esta editorial imprescindible, bastión español de la rusofilia.

Zoo o cartas de no amor, de Viktor Shklovski (Ático de los Libros). Edición definitiva de esta deliciosa novela epistolar sobre el exilio ruso en Berlín.

Caoba, de Boris Pilniak (Veintisiete Letras). Revolucionario y luego asesinado por la dictadura, Pilniak disecciona el desastre soviético.

La nieve roja, de Sigismund Krzyzanowski (Siruela). Relatos de corte psicológico de uno de los mejores hallazgos del filón ruso.

Caminos nocturnos, de Gaito Gazdánov (Sajalín). Crónica irreverente del exilio ruso en París, por fin en castellano.

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Publicado en la sección de Cultura del n.º 1.519 de la revista Tiempo el viernes, 2 de septiembre de 2011.

Escritores supervivientes de los campos de concentración,
en la revista Tiempo

En la sección de Cultura de la revista Tiempo (n.º 1.511, del viernes 17 de junio) he publicado "La palabra sobrevive", artículo a cuatro páginas (60-63) sobre escritores que sobrevivieron a campos de concentración. De distinto signo pero del mismo calibre en su infamia: campos nazis de exterminio, gulag soviéticos, campos de trabajo en Camboya, centros de detención en las dictaduras del Cono Sur, etcétera. El artículo se centra sobre todo en aquellos supervivientes que después escribieron obras de ficción y no ficción a raíz de su experiencia.

Jorge Volpi y Bernard Malamud en Qué Leer

Más información
En el número 166 de la revista Qué Leer, del nuevo mes de junio, he publicado una crítica a la excelente novela Las vidas de Dubin, del escritor neoyorquino Bernard Malamud, editada por Sajalín y traducida por Pepa Linares, que tuve la suerte de poder presentar hace unos días en la librería Rafael Alberti de Madrid. Os copio un extracto de la reseña, que aparece en la página 28:
«Cuando en esta soberbia novela, llena de estratos, el lector contempla la deriva de William Dubin y lee sus reflexiones sobre la literatura, el sexo, la muerte o la familia, le acompaña en su mismo naufragio por un mar de dudas, renuncias y deseos. Leer Las vidas de Dubin es, en parte, leerse a sí mismo cuando la madurez pasa factura.»
Y en las páginas 80 y 81 de la misma revista he publicado también una semblanza del escritor mexicano Jorge Volpi. La foto es de Marta Calvo y mi texto contiene algunas declaraciones del autor, después de un encuentro en la librería La Central de la calle Mallorca, durante su reciente visita a Barcelona para la promoción de su libro Días de ira (Páginas de Espuma). Haciendo clic podréis luego ampliar esta imagen.

Artículo "Bajo la tormenta" en BCN Week, con Juan Soto Ivars

BAJO LA TORMENTA
LA LITERATURA, PARAGUAS CONTRA LA INTOLERANCIA

La escritura es una forma de no bendecir la realidad, de cuestionarla. Con la literatura el ser humano hace lluvia y hace vida cuando dice lluvia y dice vida, pero a lo largo de los siglos demasiados escritores han tenido que empuñar un paraguas ingrato y difícil, cada vez que la intransigencia les ha obligado al silencio. La censura y la intolerancia son tan antiguas como nuestra civilización, pero tal vez desde el siglo XX hayan dejado de manera más sangrante su oscura huella. La lista de escritores que, bajo un régimen autoritario de cualquier signo y por sus obras e ideas, han sido censurados, encarcelados, desterrados o asesinados parece, por desgracia, interminable. Las dos grandes ideologías antagonistas que llevaron al mundo al borde del colapso a mediados del pasado siglo arrollaron con todo su aparato represor a una constelación irrepetible de escritores, especialmente en lengua rusa y alemana. Pero la infamia es universal: también en otras latitudes y bajo la misma clase de totalitarismos perecieron autores como el japonés Takiji Kobayashi o, en épocas posteriores, artistas como Gao Xingjian tuvieron que dejar la China comunista, por no hablar de los escritores bajo el yugo islamista radical. En nuestro país, poetas como Lorca o Miguel Hernández cayeron bajo el águila franquista, que expulsó de su nido a toda una generación de escritores. Los exiliados contribuyeron a la expresión literaria en otros lugares, sobre todo en América Latina, donde más tarde también iban a sufrir, un golpe militar tras otro, los propios autores hispanoamericanos: entre tantos, Neruda apenas fue capaz de sobrevivir a Allende y Rodolfo Walsh de evitar las balas ultraderechistas. Cabrera Infante, apartado de Cuba por el régimen de Castro, escribió en un artículo que “la nostalgia, como el exilio, mata”. Lo decía en 2002, en la revista Letras Libres, a propósito de Joseph Roth, de Stefan Zweig y de decenas de escritores prodigiosos que tuvieron que dejar su país (aquella patria desmantelada que fue el Imperio austrohúngaro) para acarrear consigo una carga insoportable de vacío. Mientras huía de los nazis, el gran Walter Benjamin no se dio tiempo a sí mismo para esa melancólica agonía y murió en Portbou en 1940, al otro lado de la misma frontera que cruzó Antonio Machado, también huyendo del horror para morir en Collioure. Nunca como en aquellos años la literatura fue un paraguas tan frágil para resistir las tempestades de la ignorancia y el odio.

Ilustración: © Sergi Bellver 2011

Sin embargo, salvo casos como el español y hasta su rebrote de los 70 en el Cono Sur, la pesadilla fascista (que también en Italia causó estragos, como sabrían Cesare Pavese y tantos otros) tuvo en Europa fecha de caducidad, mientras que el rodillo soviético prevaleció, alimentado por la Guerra Fría (del otro bando, conviene no olvidar la “caza de brujas” en los EE.UU.). Durante décadas, autores tras el telón de acero vivieron un acoso constante. Sándor Márai o Bohumil Hrabal son sólo dos ejemplos. Con todo, sería en la URSS donde la tragedia silenciosa cobraría dimensiones casi bíblicas. Pocos casos tan sobrecogedores como el de Anna Ajmátova. Y pocos testimonios tan lúcidos y desgarradores de la barbarie ideológica como Archipiélago Gulag, de Aleksander Solzhenitsyn. Viktor Shklovski, Boris Pasternak, Vasili Aksiónov, la nómina es extensa y abarca varias décadas, aunque fue en las primeras cuando la Revolución castigó con mayor virulencia el talento y la disidencia. La tormenta que destruyó los tejados de los artistas bajo la nube de Stalin se resume en la página 66 de La mentalidad soviética, el libro en el que Isaiah Berlin da cuenta de sus reflexiones y encuentros con escritores rusos durante los años cuarenta: “Unos se amoldan a nichos seguros porque creen en los preceptos soviéticos. Otros se aplican en calcular cuánto pueden ceder a las demandas de propaganda del Estado prestando sumo cuidado en no ofender y dándose por satisfechos con poder vivir y trabajar sin recompensa ni reconocimiento”. En la estela de los segundos conmueve especialmente la historia de Mijaíl Bulgákov. Cometió un pecado: “No escribo sobre campesinos porque no me gusta el campo, y no escribo sobre obreros porque no conozco su mundo”. Peligrosamente burgués, Bulgákov escribió Corazón de perro, una queja, en clave de ciencia-ficción grotesca, contra la obligación de compartir casa con obreros que, por la falta de viviendas, acució Moscú con el éxodo campesino. Mordaz y confiado, durante los años veinte Bulgákov cavó su propia sepultura con obras teatrales y relatos cada vez más cáusticos con el idealismo soviético. Hasta que el propio Stalin le prohibió seguir publicando o representando sus obras y también salir del país. Podía escribir, podía vivir, pero estaba enterrado.

Con Bulgákov jugó Stalin un tira y afloja especialmente espantoso, puesto que su obra teatral La guardia blanca tenía el dudoso honor de ser una de las favoritas del dictador. “Va usted a hablar con el Camarada Stalin”, dijo una voz telefónica en mitad de la noche. Bulgákov había pedido personalmente a Stalin que le permitiera abandonar la URSS. La carta decía algo así como “puesto que tengo la desgracia de no servir a la causa, de escribir libros y dramas que hacen flaco favor a nuestro gran proyecto, le suplico que me deje abandonar el país. No quiero jugar, jamás, en nuestra contra”. Escribiría más tarde en su diario que la voz de Stalin sonó benevolente. Le preguntó si estaba seguro de que quería salir del país. Acobardado, desconfiado, Bulgákov le respondió que no. Se arrepentiría en el acto de su flaqueza, y pasaría el resto de sus días como empleado de tercera en pequeños teatros moscovitas. Su obra, siempre tras el telón. El maestro y Margarita, una novela en la que el demonio aparece en Moscú y pone patas arriba la Revolución, es la más conocida. En ella, una frase resulta paradigmática de los escritores destruidos por la censura: “los manuscritos no arden”. Para demostrarlo, nuevos relatos de este maestro han aparecido en nuestro país: los de Notas en los puños (acompañados del drama Iván Vasílievich) en la editorial Alfabia; la colección Salmo y otros cuentos inéditos, reunidos por Nevsky Prospects; y Corazón de perro y La Isla Púrpura, en un volumen de Galaxia Gutenberg que incluye partes de su diario y de su carta a Stalin. La Historia “absuelve” a los verdaderos artistas y no, como auguraba para sí mismo Adolf Hitler en su infame Mein Kampf, a los criminales.

El paso de los años termina por convertirse en el verdadero paraguas para la obra de los escritores que murieron ahogados por el diluvio de las dictaduras. Pero hoy, en este tiempo de tibieza y autocensura, bajo este régimen global solapado en el que la literatura parece amordazada por lo políticamente correcto (los biempensantes se han convertido en los nuevos jueces supremos, que pontifican si leer a Céline o a Hamsun es o no de mauvais ton), cabe preguntarse dónde quedan aquellos escritores audaces, dónde su compromiso con la verdadera libertad de pensamiento. Solzhenitsyn, una vez fuera de la URSS, criticaría también los desmanes del capitalismo. Y es que hoy, ante esta producción editorial en serie con aroma de hamburguesa y pollo frito, ante este recetario sin ideas y de menú infantil, bajo la nueva esvástica del código de barras, toca cuestionarse más que nunca contra qué tormenta deben abrir los escritores su paraguas, dónde hacen ahora lluvia al decir lluvia, cuándo vuelven de veras a hacer vida al decir literatura.

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Sergi Bellver (Barcelona, 1971) ha editado el libro Chéjov comentado (Nevsky Prospects), participa en la antología La banda de los corazones sucios (Baladí) y colabora en el suplemento Cultura|s de La Vanguardia y la revista Tiempo.
sergibellver.blogspot.com

Juan Soto Ivars (Águilas, 1985) escribe en la revista Tiempo y en el magazine Ling, de la aerolínea Vueling. Publica una narración por entregas en la revista Yorokobu. Su primera novela llegará en otoño a las librerías. facebook.com/juansotoivars

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Publicado en el número 95 de la revista BCN Week, marzo de 2011 (enlace web / +enlace ISSUU directo a p. 6 y 7).

Un lector en Seattle

El lunes, día 14 de marzo, se publicó en el blog By the Firelight la entrada "Excellent Overview of the Spanish Short Story of the Last 20 Years at Sergi Bellver", que comentaba mi reciente artículo sobre el cuento contemporáneo español en la revista Tiempo (n.º 1.495, viernes, 25.2.2011). El responsable de dicho blog es un escritor que reside en Seattle (Estados Unidos) y que sigue con atención, a través de sus reseñas y entradas, la literatura de su país, la del mundo árabe y, de manera especial, la publicada en español. Desde aquí mi agradecimiento por su mención y mis mejores deseos para que continúe con esa labor desde la esquina noroeste del gigante americano. Good job, comrade.

"Sergi Bellver has an excellent article on trends in the Spanish short story of the last 20 years. It is well worth the look if you want to see what is going on and more importantly, know who is doing it. He has an excellent list of authors past and present including some of my perennial favorites, Cristina Fernández Cubas, Ana María Matute, Hipólito G. Navarro, and others I have read or am going to read such as Andrés Neuman (one of the recent Granta writers) and Miguel Ángel Muñoz. I’m don’t exactly agree with some of his statements about the American short story scene which is on the defensive with fewer and fewer magazines printing short stories. It is also fascinating to see which Americans make the list of influential short story writers: Carver, Ford, Cheever, Capote & Shepard."


Sólo me queda matizar, tras su cabal discrepancia sobre mi valoración del "modelo norteamericano" en cuanto a la presencia del cuento en los medios y revistas especializadas, que en realidad sólo mencioné Harper's y The New Yorker, pero de haber tenido espacio suficiente podría haber seguido, entre otras muchas, con las creadas por Eggers (McSweeney's y The Believer) o Coppola (Zoetrope), por no hablar de algunas revistas tan peculiares como Glimmer Train o de corte universitario, como la de Iowa o The Cincinnatti Review, con una factura que ya quisieran para sí algunas de las llamadas especializadas. Me temo que tras la comparación, en España uno sólo es capaz de ver un escenario en el que, más que a la defensiva, y con algunas excepciones, el cuento a veces parece estar desaparecido en combate.

El cuento español contemporáneo en la revista Tiempo

Hoy todo son cuentos



El cuento español contemporáneo se acerca a su madurez. Se publican más libros de relatos que nunca y los escritores españoles trabajan cada vez más y mejor el cuento, un género literario que pide ser descubierto y disfrutado por un lector atento y sin prejuicios.


Sergi Bellver

El cuento español vive un momento de bonanza editorial en lo que llevamos de siglo. Nuestros escritores están revitalizando el cuento, un fenómeno literario que recoge la tradición a partir de grandes maestros como Chéjov o Poe y que pasa por referentes más recientes como Carver o Cortázar. Los autores que mejor trabajan hoy el relato breve en nuestro país son deudores de esas dos grandes corrientes que podríamos ver, a grandes rasgos, como una cuerda naturalista por un lado y, por otro, como una grieta que cuestiona lo real.

Tras cultivadores del relato breve como Ignacio Aldecoa, Francisco Ayala o Max Aub, nuestra historia reciente del cuento dicta nombres que aún hoy nos ofrecen algunos de sus mejores títulos. Juan Eduardo Zúñiga, el autor que (junto a Alberto Méndez en Los girasoles ciegos) abordó mejor el manido tema de la guerra civil en Largo noviembre de Madrid (1980), ha publicado Brillan monedas oxidadas. Ana María Matute, autora de libros de relatos como Los niños tontos (1956), recibió en 2010 el Premio Cervantes. Cristina Fernández Cubas, que deslumbró a la crítica con Mi hermana Elba (1981), ganó el Premio Setenil en 2006 con Parientes pobres del Diablo. José María Merino, uno de los mayores especialistas del género, prepara para este 2011 un libro de relatos en el que experimenta con nuevas formas. Medardo Fraile, maestro de tantos cuentistas, vio en Escritura y verdad (2004) la edición de sus cuentos completos y acaba de publicar Antes del futuro imperfecto. En resumen, quienes han tratado el cuento con criterio y ambición literaria permanecen fieles a esta forma, que requiere un trabajo minucioso y atento, pero que también depara sorpresas y alguna que otra revelación.


Breve, pero no simple

Escribir cuentos es, entre otras cosas, una renuncia al exceso y al camino fácil. Un buen cuento demanda también la implicación del lector en su tarea. Al lector de cuentos no le basta con seguir un argumento en su trayecto diario en metro, como sucede con la narrativa más simple, sino que tras cada relato queda suspendido todavía en el efecto de lo que estaba sumergido bajo la superficie del cuento. Tal vez por ello el relato breve no lo tuvo fácil con los editores, quienes no terminaban de apostar por él, debido a la escasa cultura lectora que, mal que nos pese, sigue padeciendo España. El propio Medardo Fraile, para quien “leer cuentos no es leer novelas” reconoce que necesitamos “una reforma duradera, disciplinada y seria en la enseñanza, a todos los niveles”. Para que el cuento alcance en España su excelencia convienen varias estrategias que se dan desde hace tiempo, por ejemplo, en el mundo anglosajón. El cuento comenzó a resurgir aquí gracias a una guerra de trinchera, llevada a cabo por varias editoriales independientes y una red de revistas digitales y blogs como, entre otros, El Síndrome Chéjov, del escritor almeriense Miguel Ángel Muñoz. Sin embargo, se echa en falta todavía una crítica especializada en el cuento que disponga de un espacio continuo en los medios. También alguna revista seria que, más allá del triste cuento de compromiso en suplementos, trate el relato breve con mayor rigor y, al modo de Harper's o The New Yorker, publique con asiduidad a nuestros mejores cuentistas.

Pero ahora que las cosas parecen cambiar, la militancia del cuento ha de liberarse también de prejuicios y aceptar que de vez en cuando un novelista o un poeta pueden recorrer el camino contrario a la inercia habitual (la que contempla erróneamente el cuento como campo de pruebas del novelista, salvo excepciones como las de Millás, Marías, Vila-Matas o Menéndez Salmón, que sí atinan con el relato breve), tomarse en serio el cuento y acertar. Dos ejemplos: el poeta Carlos Marzal y su nuevo libro de relatos en Tusquets, Los pobres desgraciados hijos de perra (2010), o el escritor Julio Llamazares, que acaba de publicar en Alfaguara Tanta pasión para nada, una recopilación de sus últimos cuentos.

León es cuna de la tradición oral del filandón y territorio de narradores como el mencionado Merino, el gran Antonio Pereira o Pablo Andrés Escapa. Desde esa sana periferia, el autor de novelas como La lluvia amarilla (1988), que ya abordó el relato con En mitad de ninguna parte (1995), señala que en este tiempo en el que “los escaparates de las librerías están llenos de libros de autoayuda y de novelas de entretenimiento, quizá parezca un error de bulto perseverar en el nihilismo, por más que sea una seña de identidad poética personal”. Tal vez el cuento nada a contracorriente y provoca en sus mejores autores un rechazo al adocenamiento.


Matías Candeira / Foto: © José Matías Candeira
El cuento del siglo XXI

Tras la llamada Generación del Medio Siglo, el cuento conoció horas más bajas y sólo algunas obras esporádicas mantenían su aliento. Más tarde, los nuevos cuentistas españoles revivieron con piezas clave que, sin embargo, no bebían directamente de las generaciones anteriores. Eso produjo una suerte de espacio en blanco y, salvo importantes excepciones, las referencias vendrían de los grandes cuentistas norteamericanos (Carver, Ford, Cheever, Capote y Shepard), gracias a catálogos como el de Anagrama, y también de la tradición europea, empezando por Kafka. Así, Quim Monzó, heredero de Pere Calders, o el incomparable Eloy Tizón iban a convertirse en el paso de los 80 a los 90 en dos de las cabezas de puente de la regeneración del cuento en nuestro país. A renglón seguido vendrían libros extraordinarios como Historias mínimas (1988), de Javier Tomeo; Días extraños (1994), de Ray Loriga; El que apaga la luz (1994), de Juan Bonilla; El fin de los buenos tiempos (1994), de Ignacio Martínez de Pisón; El aburrimiento, Lester (1996), de Hipólito G. Navarro y Frío de vivir (1997), de Carlos Castán, entre otros muchos.

A partir de ese caldo de cultivo previo y gracias a expertos como Andrés Neuman o Fernando Valls y sus antologías Pequeñas resistencias 5 y Siglo XXI (publicadas respectivamente por las dos editoriales más especializadas en el cuento, Páginas de Espuma y Menoscuarto), y también a la labor de otros sellos independientes como Salto de Página, Tropo, Lengua de Trapo o Ediciones del Viento, el lector español tiene a su alcance una extensa nómina de cuentistas. Autores que trabajan las cuerdas fundamentales del cuento (Óscar Esquivias, Fernando Clemot, Iban Zaldua o Javier Sáez de Ibarra) o investigan en las grietas que pueden socavar el sentido de lo real (Juan Carlos Márquez, Víctor García Antón, Fernando Cañero o Jordi Puntí). Cuentistas que tocan lo fantástico y lo insólito (Ángel Olgoso, Pilar Pedraza, Félix J. Palma o Manuel Moyano) o que inscriben en el cuento su condición femenina sin hacer “literatura de mujeres” (Cristina Cerrada, Inés Mendoza, Sara Mesa o Eider Rodríguez). Autores latinoamericanos que también construyen el cuento español (Fernando Iwasaki, Norberto Luis Romero, Santiago Roncagliolo, Eduardo Halfon o Ronaldo Menéndez) y autores españoles que desconstruyen lo formal (Eloy Fernández Porta, Vicente Luis Mora, Juan Franciso Ferré o Manuel Vilas). Esta tremenda diversidad y efervescencia literaria garantizan, más que nunca, que el lector dispuesto se contagie, como de la fiebre más bella, de la buena salud del cuento español contemporáneo.


Diez libros de cuentos del siglo XXI


Nacidos a partir de 1960, sus autores han ayudado, junto a otros muchos, a que la narrativa breve española contemporánea haya alcanzado la mayoría de edad. Cualquier lector que desee conocer de veras los caminos del cuento actual no debería pasar por alto, cuando menos, estos diez títulos, que muestran éticas y estéticas muy diversas del relato.


El último libro de Sergi Pàmies
Sergi Pàmies (1960)
Anagrama, 2000

Junto a El porqué de las cosas (1994), de Quim Monzó (1952), este libro abrió camino no sólo a la mejor narrativa breve catalana sino a toda una escuela, renovadora, de cuentistas españoles.


Los tigres albinos
Hipólito G. Navarro (1961)
Pre-Textos, 2000

La editorial Seix Barral incluyó este título en Los últimos percances (2005), buena muestra de la obra de un cuentista singular, que ha permanecido fiel a la brevedad y a su afán descubridor.


El último minuto
Andrés Neuman (1977)
Espasa Calpe, 2001

Reeditado en 2007 por el sello Páginas de Espuma, el mejor conjunto de relatos hasta la fecha de este poeta, novelista, antólogo y teórico que conoce como pocos la forma y el fondo del cuento.


El malestar al alcance de todos
Mercedes Cebrián (1971)
Caballo de Troya, 2004

Con esta propuesta atrevida e inclasificable la autora madrileña comenzó una singladura que, paso a paso, le ha confirmado como una de las miradas más lúcidas de la narrativa española actual.


La vida ausente
Ángel Zapata (1961)
Páginas de Espuma, 2006

El mejor ejemplo de cómo una deriva literaria puede asimilar y reinventar la herencia de la vanguardia para crear un libro que es ya objeto de culto entre los militantes del cuento.



Parpadeos
Eloy Tizón (1964)
Anagrama, 2006

Tras su deslumbrante irrupción en el relato, el autor del mítico Velocidad de los jardines (1992) supo mantener bien alto el listón de una narrativa única, escrita en continuo estado de gracia.


Como una historia de terror
Jon Bilbao (1972)
Salto de Página, 2008

Uno de los títulos más celebrados de los últimos años. Su autor, gran creador de atmósferas y siempre cuidadoso con el andamiaje de sus historias, supo conectar con toda clase de lectores.


Sicilia, invierno
Ignacio Ferrando (1972)
J de J editores, 2008

Su profunda y palpable formación como lector y una técnica depurada revelan a Ferrando como autor de uno de los libros de cuentos más trabajados y mejor armados del panorama reciente.


El prisionero de la avenida Lexington
Gonzalo Calcedo (1961)
Menoscuarto, 2010

Verdadero corredor de fondo del cuento español y ganador de casi todas las medallas del circuito, Calcedo rebasa con este último libro de relatos la meta más importante de su trayectoria.


Antes de las jirafas
Matías Candeira (1984)
Páginas de Espuma, 2011

Dueño de una voz tan audaz como original, con su segundo libro de relatos este joven autor se presenta como firme candidato a explorar nuevas vías en el cuento que está por venir.

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Publicado en la sección de Cultura del n.º 1.495 de la revista Tiempo el viernes, 25 de febrero de 2011.